Quien mejor define los misterios del lenguaje es el apóstol Juan en su evangelio: “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es sano pronunciar todas las mañanas esta breve oración, así nos prepararemos para invocarla al enfrentar la muerte, ese paso que sugiere, con su carga de enigma y carencia de testigos, que al morir la carne y los huesos retornan a la eternidad del verbo hasta perderse en un archipiélago cada vez más silencioso.....
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