Venezuela ya no es un país; es un laboratorio de terror bajo el mando de un narcorrégimen que ha convertido la desaparición forzada, la represión selectiva y la militarización de barrios enteros en herramientas de gobierno. No se trata de “excesos aislados” ni de fallas del sistema judicial, hablamos de una estrategia deliberada del poder para amedrentar, intimidar y aniquilar la disidencia. Cada detención arbitraria, cada ciudadano desaparecido, cada familia rota demuestra que la maquinaria del Estado se ha subordinado al crimen.
Quien aún ose hablar de “soberanía” mientras el régimen organiza milicias en los barrios y exhibe misiles antibuque por televisión confunde la retórica con la realidad. Los barrios populares, que en otro tiempo apoyaban masivamente al chavismo, hoy son campos de instrucción militar. Allí se enseña a disparar, se prepara a civiles para una “defensa nacional” que no busca protegerlos, sino blindar a una cúpula criminal que ha hecho del miedo su política de Estado.
El vínculo entre el régimen y el narcotráfico es incuestionable. El Cártel de los Soles, el Tren de Aragua, la corrupción desatada y la impunidad total muestran que Venezuela está gobernada por criminales disfrazados de políticos. Y mientras el mundo debate, Nicolás Maduro convierte la vida de sus ciudadanos en moneda de cambio y espectáculo militar. Cada desaparición, cada entrenamiento armado, cada amenaza bélica es un recordatorio de que el Estado ha traicionado a su pueblo.
Frente a esta barbarie, la iniciativa del presidente Donald Trump y de Estados Unidos para combatir el narcotráfico en el Caribe no solo es necesaria, es urgente. No es intervención ideológica, es acción frente a un Estado que alimenta y protege redes criminales internacionales, que ha dejado en el abandono a su pueblo y que ha convertido la impunidad en política de gobierno. La comunidad internacional debe respaldar esta acción, porque cada día que pasa sin apoyo efectivo es un día más de desapariciones, torturas y miedo en Venezuela.
El mundo debe entender que defender al pueblo venezolano no es una opción diplomática, es un imperativo moral. La humanidad no puede mirar hacia otro lado mientras un narcorrégimen convierte a un país en su propiedad privada y pone en riesgo la vida de millones. Quienes actúan con firmeza contra el crimen organizado dentro del Estado merecen respaldo, porque salvar a Venezuela es salvar la dignidad y la vida de su gente.
No hay espacio para tibiezas ni eufemismos. Venezuela exige acción inmediata y decidida, y la comunidad internacional tiene la obligación de responder. El pueblo venezolano merece recuperar la libertad que le han robado los criminales que hoy se hacen llamar gobernantes.
No comments:
Post a Comment