Las difíciles circunstancias por la que atraviesa el país y los enormes obstáculos que existen para tratar de resolverlas requieren de todos los ciudadanos que se oponen al régimen, una actitud cónsona con el desafío planteado. La demanda que expresa la gente común de búsqueda de soluciones racionales a las dificultades presentes a través de la fuerza de la unión debe ser satisfecha plenamente por las organizaciones e individualidades que aspiran a dirigir los destinos del país. La gente se moviliza más por razones de supervivencia que la afectan en su vida diaria que por los mensajes y consignas de los partidos y llamados de los dirigentes. No obstante, vemos estupefactos como grupos y personas que en lugar de acompañar las luchas sociales de supervivencia que se libran todos los días, sin distingos de ninguna naturaleza, incurren en el error de olvidar el aspecto central de la acción política: crear símbolos de identidad nacional mediante una visión incluyente, solidaria y unitaria que exprese y construya la alternativa democrática frente al vergonzoso caos en que los actuales gobernantes han sumido a la nación. Por el contrario, muchos de ellos, seudodirigentes de nadie y de nada; algunos comprados por la camarilla gubernamental y otros que aspiran por acumular supuestos méritos que solo su exacerbado ego reconoce, se empecinan en ofrecer a los ciudadanos una maqueta de compartimientos estancos carentes de mensaje y de viabilidad política; planes para el rescate de la sociedad venezolana, pletóricos de semillas de fracaso por la atomización, confusión, escepticismo y decepción que su actitud está causando entre los hombres y mujeres que adversamos a este régimen.
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