Wednesday, November 26, 2025

Laceiba de Ramón Muchacho el 26 de noviembre

 EN: Recibido por email

Saludos,

Hay veces en las que una enfermedad sobrepasa la capacidad de defensa del sistema inmune. Ciertos patógenos son demasiado agresivos o resistentes para ser neutralizados con nuestras propias defensas.

Fleming descubrió por accidente la penicilina en 1928 y varios años después pudo ser usada masivamente. Los antibióticos explican en parte la mejora significativa de la esperanza de vida en el planeta; su uso ha traído otros problemas potenciales, pero eso es otra historia y no el tema de este editorial.

Las analogías entre el mundo biológico y el político hay que tomarlas con pinzas, pero pueden ser iluminadoras. Las sociedades no son organismos vivos, pero ciertos patrones pueden entenderse desde ese paradigma.

Venezuela lleva más de dos décadas luchando contra un patógeno autoritario que se incubó lentamente. Durante años, la sociedad venezolana enfrentó la amenaza y mantuvo en pie de lucha sus defensas democráticas: voto, protesta civil y organización ciudadana. Lo hizo en gran medida sin apoyo externo, sola, cuando el ecosistema internacional miraba hacia otra parte, distraído por el derroche petrolero del régimen y por otras urgencias globales.

El 28 de julio de 2024 el país demostró que su respuesta inmune seguía viva y era capaz de enviar, incluso bajo represión, una señal inequívoca de aspiración democrática.

Pero desmantelar una estructura que opera con soporte externo, financiada por economías criminales y resguardada por alianzas geopolíticas que le dan valor estratégico, exigió esta vez medios que ya no estaban al alcance de nuestras fortalezas. La patología terminó superando la capacidad autónoma de respuesta.

La sociedad venezolana ha mostrado, una y otra vez, que no renuncia a su dignidad. Su resistencia no es pasiva: ha incluido movilización y sacrificio; ha demostrado creatividad y persistencia moral. Sin embargo, debemos reconocer que hoy nuestro problema no puede ser resuelto con nuestros propios medios, porque los que tenemos ya no son los adecuados y los que necesitamos los tienen otros.

Por eso, si la ayuda externa llega —limitada, precisa, orientada a neutralizar la capacidad represiva y criminal que sostiene al régimen— no debe verse como un acto de injerencia sino como el último empujón de un proceso de lucha y recuperación que comenzó desde dentro y que solo necesita el soporte adecuado para completarse.

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