Es opinión bastante generalizada que los militares ya no harán nada para salir del régimen actual. Se sostiene que unos están demasiado comprometidos con la estructura de poder y que los demás están marginados, desesperanzados, en la espera de la baja o sin poder real. No habría nada que esperar de ellos. Se les piensa como un bloque desvencijado, en el cual las partes que no se han desmoronado están demasiado corrompidas como para hacer algo. Su papel en la mortandad contra los civiles demostraría que no hay ninguna reserva institucional ni moral allí.
El epítome de esa repulsiva actitud es la conducta del general Vladimir Padrino López. Después de sus coqueteos institucionales de finales de 2015 fue llamado al botón y se integró (¿o nunca dejó de hacerlo?) a la porción más radical del madurismo. Ha sido capaz de ignorar de manera altanera todo reclamo hecho a la institución que encabeza y su compromiso con el PSUV ha ido más allá de lo que sus propios compañeros de promoción jamás imaginaron.
Con estos elementos no es extraño pensar que toda posibilidad de contribución de los militares a la causa democrática habría que desecharla.
Tengo otra visión.
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