La confirmación más reciente de esta afirmación la acabamos de vivir con el crimen de El Junquito. Oscar Pérez recogió la antorcha de los seminaristas de La Victoria, de Ricaurte, de Armando Zuloaga Blanco, de los cientos de muchachos muertos en las calles en 2014 y el año pasado. Pero tuvo que aparecer desangrándose en un video y morir cobardemente asesinado por el Carnicero de Miraflores para que los venezolanos aceptáramos que estuvimos en presencia de un héroe, con cuyas acciones podíamos coincidir o no, pero que estaba dispuesto a ofrendar su vida por la libertad de su país. Sin embargo, desde que el helicóptero libertario sobrevoló al TSJ hace seis meses, las redes sociales se vieron inundadas de escepticismo: “Eso es un show montado por el gobierno”, “es un actor que finge ser lo que no es”, es un falso positivo fabricado en los laboratorios del G2 cubano y pare usted de contar.
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