Esta semana, la justicia europea en París y Madrid ha impuesto orden de arresto por corrupción administrativa y blanqueo de capitales a personajes extranjeros ligados al poder en sus naciones de origen. No parece casual que coincidan en este hecho Guinea Ecuatorial y Venezuela. El primero, un pequeño pais con altos ingresos petroleros que exhibe la más brutal desigualdad entre las condiciones miserables de vida de sus habitantes y la grotesca fortuna de la élite gobernante desde hace 37 años, una de las satrapías más corruptas del África, rival en desmanes y saqueos del Zimbabue de Robert Mugabe. El sujeto sentenciado por la justicia francesa es nada menos que el hijo de Teodoro Obiang, dictador vitalicio del país, conocido como “Teodorín”, quien disfrutaba en París de 110 millones de Euros invertidos en Francia, llevando una vida de “alcohol, putas y drogas” como declaró su mayordomo francés.
En Madrid, la ley ha tomado cartas contra cuatro ex funcionarios del chavismo, régimen también dictatorial, que a diferencia de Guinea Ecuatorial en África, no tiene rival en América en sus magnitudes de corrupción y saqueo. 300 millardos de dólares es una estimación del erario público que ha engrosado cuentas y propiedades privadas en todo el mundo. Los imputados venezolanos incluyen un ex ministro y ex directores de empresas estatales, personajes de poco relieve en la opinión pública. No sabemos si se divertían como Teodorín. Pero su detención es un nuevo campanazo de alerta para los peces gordos, en cuyos prontuarios se suman a la corrupción y blanqueo delitos de lesa humanidad y narco tráfico. La fortaleza a la que nos enfrentamos, la que inspira abusos de toda naturaleza y arma trampas electorales, no es otra cosa que el pavor de abandonar la guarimba del poder y vérselas con el brazo largo de la justicia internacional .
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