Wednesday, May 31, 2017

Editorial El Nacional: Noriega y Venezuela

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La noticia del fallecimiento del narcogeneral Manuel Antonio Noriega, ex dictador panameño que servía a varios gobiernos, entre ellos Cuba y Estados Unidos, no sorprendió a nadie. Estaba muerto desde que se creyó un líder militar que podía “conducir a su pueblo” por la ruta de la remendada revolución que había inaugurado Omar Torrijos en Panamá y que combinaba un abrazo con Fidel Castro y una estrecha amistad con los gobernantes de Venezuela. 

Torrijos era un hombre carismático y hábil político que lo hacía aceptable para todos. Pero como todo militar en el poder, ejercía su gobierno con un discurso populista dirigido a los pobres y otro para los grandes capitales. Sin embargo, su debilidad residía en proteger su poder con un cruel aparato de inteligencia y represión manejado por su hombre de confianza, Manuel Antonio Noriega.

Tal como ocurre en Venezuela, los gobernantes se creen inmortales pero la muerte siempre termina alcanzándoles para desgracia de sus pueblos porque en su lugar colocan a un improvisado, rudimentario e ignorante civil o militar que termina siendo una marioneta de los grandes grupos de poder. 

Con Noriega sucedió exactamente esa catástrofe, que todos hemos sufrido aquí en términos parecidos. El militar panameño quizás era una pieza fundamental del poder mientras estaba vivo Torrijos, líder popular sin lugar a dudas, pero cuando Noriega ascendió a la presidencia se le vieron las costuras. No estaba a la altura de tan alta responsabilidad y no podía rodearse de gente inteligente. Solo disponía de una serie de cómplices, muchos de ellos compañeros de promoción muy mediocres e interesados en enriquecerse lo más rápido posible.

Habiendo sido entrenado por la CIA utilizó ese aprendizaje para relacionarse con otros servicios secretos, entre ellos el G-2 cubano. Desde Panamá se surtía a Cuba de todo cuanto le era indispensable a las altas esferas del poder y, desde luego, se usaron los puertos del Canal de Panamá para abastecer la flota pesquera cubana que operaba en el Pacífico. Pero no era una flota sencilla, sino sofisticada en aparatos de interferencia de comunicaciones militares y civiles que pescaba no solo atunes sino también información estratégicamente relevante.

Pero el general Noriega, pillo al fin, no tardó en enredarse con los capos del narcotráfico internacional. Esa mezcla de militar y cocaína siempre ha sido explosiva, por lo que Noriega no tardó en ser detectado en su doble o triple juego. Estados Unidos no estaba dispuesto a permitir que el Canal de Panamá cayera en otras manos que no fueran las suyas, aunque ya había aceptado perder el control administrativo. 

Noriega con la ayuda de los cubanos y de otros grupos izquierdistas montó un show con la creación de unas milicias que, como era de esperarse, no resistieron una primera ni una segunda embestida de fuerzas superiores en entrenamiento y armamento. Como todo el mundo esperaba, menos él, lo encerraron en una cárcel en Estados Unidos y allí se dedicó a rezar. De nada le sirvió porque al cumplir su condena, Francia lo extraditó por lavado de dinero y hasta allá fue a dar con sus huesos. Finalmente lo enviaron a Panamá por un cáncer en el cerebro. ¿En el cerebro? Pues sí. La vida te da sorpresas. ¡Ay, Venezuela, que Dios te salve!     

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