Monday, August 7, 2017

Ramón Peña: Ascensor para el cadalso (A la memoria de Jeanne Moreau, 1928-2017)

En pocas palabras  Agosto 6, 2017

¿Es posible sentirse honrado de ocupar una curul constituyente, si para lograrlo ha caído un ciudadano muerto en las calles por cada cinco curules y el camino pasa por falsificar grotescamente las cifras de votos necesarios para ser elegido?

La repuesta, aquí y ahora, es afirmativa: existen en nuestro país algo más de quinientos venezolanos, que el viernes pasado fantasearon orgullosos lucir laureles en sus sienes mientras recibían la auctoritas del César y los dioses. No queremos decir que no hayan existido sujetos de plantilla similar en el pasado. Solo que, precisamente, pensábamos que eran cosas del pasado aquellos viejos fantasmas como los cortesanos de Cipriano Castro o los congresantes de Juan Vicente Gómez.

Los de ahora son los vástagos de la contemporaneidad revolucionaria del SXXI, cuyo modelaje evoca fielmente la conocida letra del tango Cambalache de Santos Discépolo. Pertenecen a un modelo de sociedad en el cual la política se ha vuelto un oficio para desclasados, practican la marrullería que establece hábilmente los límites y el canon de la justicia. Para ellos, las funciones públicas no ennoblecen, pero sí enriquecen. La distinción personal vale muy poco y el talento y el ingenio carecen de estima oficial. El Estado que impone esta constituyente es una cátedra de charlatanería, insensible a la suerte de los ciudadanos, pero docta en el arte de la propaganda, la mentira y el terror.

Por sobradas razones nunca antes habíamos visto en el continente un repudio internacional como el suscitado por esta aberración llamada Asamblea Constituyente.

El rayo que no cesa Este rayo ni cesa ni se agota: de mí mismo tomó su procedencia y ejercita en mí mismo sus furores. Miguel Hernández, 1935

Lo más significativo que ha logrado hasta el momento la burda farsa constituyente ha sido despertar la voluntad, el arrojo y la perseverancia de los venezolanos. Virtudes que han asombrado al mundo entero y han desequilibrado a una fuerza pública que nunca imaginó encontrar tal resistencia. En todo el país, desde los barrios de la capital hasta remotos poblados andinos, los ciudadanos inermes no se han rendido y, en ocasiones, han vencido a unos perros de presa artillados y brutales. Una actitud que imaginamos habría enfrentado al propio José Tomás Boves y sus huestes en 1814.

La quimera de cualquier cabecilla comunista, en cualquier parte del mundo sería contar con una masa partidaria que tuviera la conciencia y el valor moral que ha demostrado la Venezuela democrática en estos 120 días. Que llenara las calles y sacara de sus pechos las notas de La Internacional. Pero nunca la han tenido y jamás la tendrán. Siempre han movilizado a sus falanges bajo intimidación, con la punta de las bayonetas a sus espaldas. En Cuba, en Corea o en Rusia. Es con ese mismo instinto que hoy chantajean a los asalariados de los organismos oficiales. Ha circulado la voz de comisarios y de generalotes convertidos en banqueros y jefes de otras apetitosas posiciones,
amenazando con despido al que no deposite ese voto que indigna la conciencia.

Si este domingo realizan la farsa de la constituyente habrán falsificado un logro pero no habrán ganado ésta ni tampoco las próximas batallas. Esta intifada cívica continuará como rayo que no cesa, y luchará hasta la victoria. La historia nos enseña que nunca han existido ejércitos invencibles.

Ramón Peña Ojeda (Caracas, 1942). Economista por la UCV (1965). Maestría en Ciencias Administrativas por The City University of London. Postgrado en Economía de la Investigación y Desarrollo por L’Université de Paris. Profesor en el Postgrado de Comercio Internacional de la FACES UCV (1979-1990). Ha ocupado posiciones ejecutivas en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, en el Ministerio de Fomento y en Petróleos de Venezuela. Consultor en ejercicio privado. Articulista en temas políticos y económicos.

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