MARCOS R. CARRILLO P. | EL UNIVERSAL
viernes 24 de junio de 2011 05:40 PM
La masacre de El Rodeo es el fiel reflejo de la carencia de autoridad de este gobierno. No tiene capacidad de establecer el mínimo orden requerido para que una sociedad funcione. La delincuencia manda en las calles, los presos en las cárceles, la narcoguerrilla en el campo. Cada quien hace lo que le da la gana. No hay quien le ponga reparo a los abusos de las líneas aéreas o quien se haga responsable por los malos servicios. No hay quien haga respetar las leyes de tránsito (suena hasta cómico preocuparse por eso), ni mucho menos quien defienda legítimamente a los consumidores o usuarios.
La falta de autoridad pretende compensarse con el ejercicio de un autoritarismo creciente y antidemocrático. No hay una política carcelaria, pero es un punto de honor la humillación de presos políticos, víctimas de tribunales ilegítimos y subordinados al Ejecutivo Nacional. Valientes defensores de los derechos humanos, como Humberto Prado y muchos otros, se cansaron de denunciar la situación de los privados de libertad, pero la respuesta que obtuvieron de los supuestos revolucionarios fue el insulto y la descalificación. No se combate la delincuencia pero se toleran grupos de exterminio. Se financia a los narcos de las FARC y se roban las fincas de laboriosos ganaderos. Las acciones del Indepabis no son para defender al consumidor o al usuario sino para ofender y someter a los comerciantes y prestadores de servicios. No se trata de crear condiciones de desarrollo del ciudadano sino de la destrucción de sectores incómodos.
En definitiva, no les interesa gobernar sino someter a sus contrarios. La administración de la cosa pública necesita de cierta capacidad, disciplina, organización y preparación de las que carecen. Por eso se dedican al ejercicio despótico del poder, a la aniquilación de la crítica que transforman en disidencia, del pluralismo convertido en rebeldía, del reclamo mutado en subversión.
Pero el autoritarismo no es más que el reflejo de la debilidad estructural del Gobierno y de las miserias de quienes lo acompañan. La arrogancia que demuestran hacia los demás es sólo una manera de tratar de encubrir inútilmente la decadencia de su triste vida de adulantes. Nada sintetiza mejor esta situación que una declaración de la fulana Blanca Eekhoud -creo que ahora es diputada- cuando, a propósito de la masacre de El Rodeo, afirmó: "es una política acertada todo lo que ha sido el plan del Gobierno, y de nuestro ministro El Aissami, en la humanización de las cárceles" (¡!). Esta pieza, que deberá ocupar un lugar de honor en el museo de la jala-revolución, lo dice todo: no tienen autoridad ni capacidad alguna, creen que el abuso es gobernar y necesitan jalar sin pudor alguno para mantenerse cerca del billete. Gracias, señora Eekhoud, por favores recibidos.
La falta de autoridad pretende compensarse con el ejercicio de un autoritarismo creciente y antidemocrático. No hay una política carcelaria, pero es un punto de honor la humillación de presos políticos, víctimas de tribunales ilegítimos y subordinados al Ejecutivo Nacional. Valientes defensores de los derechos humanos, como Humberto Prado y muchos otros, se cansaron de denunciar la situación de los privados de libertad, pero la respuesta que obtuvieron de los supuestos revolucionarios fue el insulto y la descalificación. No se combate la delincuencia pero se toleran grupos de exterminio. Se financia a los narcos de las FARC y se roban las fincas de laboriosos ganaderos. Las acciones del Indepabis no son para defender al consumidor o al usuario sino para ofender y someter a los comerciantes y prestadores de servicios. No se trata de crear condiciones de desarrollo del ciudadano sino de la destrucción de sectores incómodos.
En definitiva, no les interesa gobernar sino someter a sus contrarios. La administración de la cosa pública necesita de cierta capacidad, disciplina, organización y preparación de las que carecen. Por eso se dedican al ejercicio despótico del poder, a la aniquilación de la crítica que transforman en disidencia, del pluralismo convertido en rebeldía, del reclamo mutado en subversión.
Pero el autoritarismo no es más que el reflejo de la debilidad estructural del Gobierno y de las miserias de quienes lo acompañan. La arrogancia que demuestran hacia los demás es sólo una manera de tratar de encubrir inútilmente la decadencia de su triste vida de adulantes. Nada sintetiza mejor esta situación que una declaración de la fulana Blanca Eekhoud -creo que ahora es diputada- cuando, a propósito de la masacre de El Rodeo, afirmó: "es una política acertada todo lo que ha sido el plan del Gobierno, y de nuestro ministro El Aissami, en la humanización de las cárceles" (¡!). Esta pieza, que deberá ocupar un lugar de honor en el museo de la jala-revolución, lo dice todo: no tienen autoridad ni capacidad alguna, creen que el abuso es gobernar y necesitan jalar sin pudor alguno para mantenerse cerca del billete. Gracias, señora Eekhoud, por favores recibidos.
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