Ricardo Escalante, Texas
¿Qué es, cómo, dónde y por qué surge la adoración al mandamás? Hay una frase que desde hace cerca de 60 años se ha utilizado para definir de manera contundente la perjudicial veneración a los dictadores, sin importar el signo ideológico y el rebuscamiento o la crueldad de los procedimientos opresivos. Se trata de una actitud colectiva irracional fomentada por quienes buscan perpetuarse en el poder.
Hitler, Stalin, Mao Tse Tung, Mussolini, Tito, Franco, Perón, Gaddaffi, Kim Il Sung, Perón, Sadam Hussein y muchos otros, promovían esa paranoia cada uno a su manera. En los tiempos que corren en América Latina, Fidel Castro y Hugo Chávez son los casos más prominentes. En África está Robert Mugabe y en Europa Lukashenko.
Fue precisamente en una de las más brutales de ignominias donde nació y se hizo imborrable la expresión “culto a la personalidad”. Nikita Khruschev en su famoso informe secreto ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, acuñó para siempre la frase al describir y condenar las torturas, asesinatos a mansalva, violaciones de todo género, cometidas por Stalin contra sus conciudadanos. Khruschev lo denunciaba con propiedad, puesto que venía de las entrañas del régimen y, asqueado, se rebeló contra la memoria del despiadado bigotudo de Georgia. El propio Nikita terminó por ser un formidable dictador que a la postre fue defenestrado por sus “amigos”, que le censuraban los excesos alcohólicos.
Ese gélido 25 de febrero de 1956, arropado e irreconocible en un pesado abrigo, mi apreciado y viejo amigo Pompeyo Márquez se encontraba en Moscú entre los invitados extranjeros al XX Congreso, pero no les permitieron el acceso a la estruendosa sesión. En uno de nuestros frecuentes almuerzos en restaurantes de La Castellana, en Caracas, él me narró como el PCUS había montado la patraña para distraerlos con un recorrido por lugares turísticos de la ciudad y, por supuesto, no pudieron presenciar el hecho histórico y ni siquiera les llegaron rumores.
Luego fueron trascendiendo los detalles de aquel evento pero, por supuesto, los atropellos de los gobiernos comunistas nunca se agotaron. Y aunque Márquez seguía militando en el PCV, empezó a ver las cosas desde el punto de vista crítico y autocrítico y se fue desilusionando de la farsa del sistema que pregonaba la “igualdad entre los hombres”. En una oportunidad hizo un viaje para visitar a su esposa e hijos en la capital rusa, adonde habían sido llevados durante la persecución política en que se encontraba, para descubrir con indignación que los tenían como en un campo de concentración, aislados y maltratados. “Yo juré después que por el resto de mi vida combatiría todo lo que oliera a culto a la personalidad”.
Los líderes carismáticos que se consideran irremplazables, con facultades cuasi maravillosas, han producido severas distorsiones en la vida y costumbres de los pueblos que los han adorado de manera enfermiza. ¿Es eso aceptable hoy? ¿Podemos tolerar dirigentes opositores que se ponen de rodillas ante las imágenes del autócrata y hasta le piden milagros? ¿Puede acaso olvidarse el daño infligido a las instituciones civiles y políticas del país afectado?
Además, resulta irracional la sola idea de sufragar por un ignorante audaz escogido por el líder autoritario en la inminencia de su hora final. Un panglosiano incapaz de pensar y hablar simultáneamente, que ya en su época de chofer de autobuses estaba afectado por el Principio de Peter, en cuyo discurso abundan los peores retazos de las incongruencias del jefe. Ahh, pero él piensa que manejar la República no es más complicado que recorrer las calles y avenidas con un autobús del Metro, pisando el freno y el acelerador cada tres minutos. ¡Un loco de atar! ¿Cometeremos el suicidio colectivo poniéndonos en sus manos?
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