Editorial El Nacional
Se ha instaurado en nuestro país un régimen que habla por boca de los fusiles y ha extremado la violencia contra una población inerme, armada únicamente de razón y derechos que le son conculcados sin miramiento alguno. Por la libre y con licencia para matar, efectivos de fuerzas militarizadas (policía y guardia nacionales), agentes provocadores y hampones cooptados por colectivos y bandas paramilitares intentan contener la ira popular a punta de bombazos, perdigones y plomo del bueno como los gases loados alguna vez por el patriarca de la revolución. Ya aumentaron a 30 los fallecidos a manos de los esbirros del quinteto de la muerte: 30 viles asesinatos, centenares de heridos y otros tantos detenidos sin el debido proceso que engrosan el prontuario de la policefálica y abominable dictadura milico civil que se va quedando sola en el continente, y piensa que abandonando la Organización de Estados Americanos podrá librarse de la justicia internacional. Pero, esos homicidios, lesiones y secuestros, perpetrados con calculada frialdad y sádica crueldad no quedarán impunes. Eso lo saben de sobra en el ministerio público, y por eso, acaso, la máxima autoridad de ese organismo ha venido distanciándose del ejecutivo. Curándose en salud y cuidando el pellejo, la fiscal es ahora piedra en el zapato –o la bota– del gobierno, porque no quiere ser incluida en un expediente que, indefectiblemente, terminará en una corte internacional.
En ese espejo tendría que mirase el defensor del régimen (que “del pueblo”, ¡nada!). Quizá en lugar de su atildada imagen, la azogada superficie muestre la de su valeroso hijo, llamándole a la reflexión y recordándole que ha podido ser él, Yibram Saab Fornino, y no Juan Pablo Pernalete, el blanco fatal de la lacrimógena arrojada con saña sobre el joven fallecido.
Creíamos, ingenuamente, que la barbarie genocida repudiada por el joven Saab era rémora del pasado y habitaba en el corazón de las tinieblas, que era un rasgo característico de tiranías tribales puestas a gobernar por las metrópolis en sus antiguas colonias, naciones delimitadas a regla y escuadra en mesas de negociaciones en las que los afectados no tenían arte ni parte.
Pero hete aquí que, por una serie de infortunados eventos encadenados por la antipolítica y el resentimiento, se frustró el tránsito de nuestro país a la modernidad política y el poder terminó en manos de revanchistas que, embozados con el velo de la redención, buscaban venganza y no justicia e hicieron de Venezuela botín y hacienda.
Si Tarek de verdad se siente poeta, no puede ni debe validar con silencios cómplices la actuación de tales facinerosos. Todavía está a tiempo de vindicarse, si no para que el país se lo agradezca, al menos para que sus hijos se sientan orgullosos. En sus manos está la posibilidad de devolvernos la tranquilidad y contribuir a que se restituya el ordenamiento constitucional. ¿O tendrá que esperar a que Maduro agudice su oferta de “masacre y sangre” para darse cuenta de que camina a contracorriente de la historia y de espaldas a la justicia? ¡Mírese ya, poeta, en el espejo de la fiscal Ortega!
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