Beatriz De Majo
"Rechazamos esta no división de los poderes. Acá (en Bogotá) es clarísimo que necesitamos unos poderes públicos fuertes, independientes, para poder fortalecer la democracia”, fueron las palabras de la canciller María Ángela Holguín ayer, cuando ante la reacción de la Comunidad internacional a Colombia le tocó asumir una posición frente al secuestro de la democracia de su país vecino.
La falta de contundencia de la canciller colombiana ante un asunto de la gravedad de la crisis que enfrenta Venezuela y en un tema tan vital para el continente ya no sorprende. Es más de lo mismo. Fue ella misma quien hace unas semanas declaró públicamente que habría que llamar a Rodriguez Zapatero para que informe a su presidente, Juan Manuel Santos, acerca de la situación venezolana!
También fue de esa Cancillería dirigida por la señora Holguín que salió el comunicado emitido ayer, no por el gobierno neogranadino que tenía que haberse pronunciado, sino por su Ministerio de Relaciones Exteriores, en el que se colocan del lado seguro de los observadores y opinadores sobre los fenómenos políticos venezolanos y le dan un espaldarazo a la democracia representativa como forma correcta para el manejo de un país. Hasta allí fueron en su gesta prodemocrática.
En el comunicado “registran” pero en ningún momento ni “deploran” ni “ condenan” el golpe asestado por el gobierno de Nicolás Maduro a Venezuela a través de la desactivación de un poder público vital en todo régimen democrático por el cual, además, votaron más de 14 millones de venezolanos.
Una vez más reiteran en dicho comunicado que es a través del diálogo que deben resolverse las “dificultades que lo afectan ( a Venezuela)”, como que si en una relación tan desigual como la que existe en nuestro país, entre el gobierno totalitario y la oposición inerme, el diálogo pudiera convertirse en un asidero válido para zanjar los monumentales problemas que tienen que ver con el secuestro de los poderes, la ausencia de la democracia, la proliferación de presos políticos, la corrupción de funcionarios y del gobierno, el éxodo masivo de los cuadros técnicos y profesionales del país, la falta de seguridad y el avasallamiento de todo lo que no es chavismo. Ante el total fracaso de los intentos de diálogo que han ocurrido, a Colombia se le ocurre que sentarse a conversar de nuevo pudiera- esta vez si- aportar salidas a nuestra espantosa crisis institucional y humana.
Lo cierto es que es quimérico pretender contar con nuestro más cercano vecino para que sea proactivo y contundente ante una turbulencia como la que atraviesa su país hermano. Para ello haría falta, de parte de sus autoridades, un gesto de análisis político abierto, sincero y desinteresado, pero más que ello, haría falta que sus gobernantes se muevan a jugarse una carta decisiva a favor de quien ha sido su mejor socio en época de vacas flacas y a favor de la democracia continental.
Pero tal cosa no es una prioridad en la Colombia de hoy, donde el único interés es rescatar lo poco que queda de la popularidad de su Nobel presidente. Venezuela y el gobierno actual solo les sirven para mantener una relación buena con la guerrilla de las FARC en un momento difícil para el proceso de paz porque la guerrilla está mostrando la garra que escondió durante meses dentro de guantes de seda.
Reconozco que es torpe de nuestro lado que esperemos más del liderazgo actual de esa Colombia que vive del otro lado de la frontera. Estos saben lo que se juega en Venezuela en esta difícil hora. En el momento en que escribo este artículo el mundo libre se debate ante el último zarpazo del gobierno Maduro y sus secuaces y hay posiciones en el mundo mucho mas determinadas a jugársela por las libertades mancilladas de nuestro país. Nuestra crisis está moviendo montañas en muchos sitios, pero lamentablemente no en Colombia.
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