Eddy Reyes Torres
Si hay algo que no deja de asombrarme del comandante en jefe del régimen es su desparpajo al momento de dar inicio a sus incontables acciones de guerra que, en estrictos términos militares, solo alcanzan el estatus de montonera.
Este es el caso de su última acometida que, haciendo uso del florido y excesivamente peculiar lenguaje revolucionario, me he permitido llamar la “batalla del pan”. Al hacerlo soy consciente de que Nicolás ha preferido darle a la misma la condición de guerra porque quiere colocarla al elevado nivel de nuestra gloriosa Guerra de Independencia y la Segunda Guerra Mundial. Allá él.
En esta ocasión, el enemigo, los malos, perversos, antipatriotas, bandidos, oligarcas y vende patria son extranjeros nacionalizados en la cuarta república o descendientes de ellos, con apellidos que lo dicen todo: Bianchi, Ferreira, Rossi, Agostinho, Rinaldi, Amorín, D’angelo y Oliveira, entre muchos otros de similar disonancia.
Maduro hizo formalmente el anuncio del conflicto bélico con el gremio de los panaderos en su programa dominical, el pasado 12 de febrero. En su condición de máximo combatiente dijo: “La federación de panaderos le declaró la guerra al pueblo, lo tienen haciendo cola por maldad”. Pocos días después puso en ejecución el Plan 700 para “luchar contra la guerra del pan”.
Lo que vino luego fue el atropello sin cuartel a los dueños de las panaderías ubicadas en las 22 parroquias del municipio Libertador de Caracas. En función de eso se procedió, por un lado, a ocupar con huestes paramilitares algunos establecimientos y, por el otro, se dispuso que el 90% de la harina que poseyera cada panadería se utilizara para elaborar pan a precio regulado, o sea, a pérdida, colocando de esa manera a todos esos establecimientos al borde de la quiebra.
La verdad, el problema con el pan no es reciente. Desde hace más de un año la crisis del sector involucrado se hizo aguda y ella no es más que una derivación de la debacle económica que confrontamos a raíz de la baja de los precios del petróleo, nuestra principal fuente de ingresos en divisas. Además, como veremos a continuación, la mayor responsabilidad de lo que acontece recae en el primer salsómano del país y su combo de instrumentistas, que permanentemente se desvían del punto de la perfecta entonación y en materia macroeconómica están más pelados que rodilla de chivo.
En tal sentido, hay que destacar el hecho de que en el 2016 las importaciones de bienes al país se redujeron en forma significativa (-28,0%), mientras que la caída de las exportaciones fue de -8,5%.
Detrás de esos porcentajes hay un aspecto político y económico de enorme significación: en ese contexto tan especial, la revolución bonita prefirió darle prioridad al pago del servicio de la deuda pública externa y dejar en segundo plano las compras de bienes durante dicho año, contribuyendo así a la mayor escasez que se ha tenido en Venezuela en los últimos 100 años.
La cifra es inquietante: el gobierno utilizó casi las dos terceras partes de las divisas que se obtuvieron por concepto de exportaciones (59,2%) para el pago del capital y los intereses de la deuda pública externa. Y ahora, como decía la gran Celia Cruz, “no hay cama pa’ tanta gente”; tampoco medicinas ni alimentos.
Lo anterior explica que los gremios de los panaderos digan su verdad (que en lo personal compartimos): “Deberíamos tener 360.000 toneladas de trigo en lo que va del año y según cifras oficiales solo hay 90.000 toneladas. Apenas recibimos 30% de lo que realmente requerimos; tenemos 10 años pidiendo más trigo”.
Al final de este drama quienes pagarán el pato serán los pobres panaderos y los consumidores que se están quedando sin pan ni arepa. Y mientras eso ocurre la oligarquía roja engorda a rabiar.
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