Elías Pino Iturrieta
A primera vista, uno observa que el destino de Venezuela se está dirimiendo en el extranjero. La batalla no se libra dentro de nuestros contornos sino en Washington, en el seno de la OEA, se puede sentir cuando conocemos los esfuerzos de Luis Almagro en defensa de la democracia asfixiada por la dictadura de Maduro. El secretario general de la OEA ocupa ahora lugar prominente, tal vez el más estelar entre los adversarios del régimen, hasta el punto de opacar al resto de los ciudadanos que hacen el mismo trabajo en nuestros confines. La situación merece un comentario detenido, para que las cosas no se consideren de manera tan simple.
Almagro ocupa la primera plana por el cargo que desempeña y por el historial de luchador democrático en su país. Su carrera en funciones de gobierno de una administración considerada como progresista, y en cuyo desempeño no le dio motivos al escándalo, lo hace inmune a las críticas que lo motejan de reaccionario o de marioneta imperial. No es un miembro más del reparto a quien se asciende por consejos del azar, sino una figura que ha labrado carrera intachable hasta llegar a la elevación en la cual se encuentra. De allí que sea imán poderoso, capaz de multiplicar voluntades y miradas ineludibles. Imposible dejar de contemplarlo con respeto, especialmente si se compara su gestión con otras sin pena ni gloria llevadas a cabo por los antecesores. La causa de los derechos humanos en Venezuela ha encontrado en él aliado excepcional, tal vez el más adecuado para los desafíos que debe superar. La trayectoria que encarna y la consistencia de su conducta frente a nuestros agobios lo hacen brillar con luz propia, sin que nadie pueda escamotearle el sitio de primera figura.
Pero la faena de Almagro ha dependido de una previa faena nacional, matiz que conviene recalcar para que no se miren con desdén los esfuerzos de la oposición contra la dictadura. El secretario general de la OEA no compone sus obras por propia inspiración, sino como consecuencia de las gestiones de los líderes de nuestros partidos, que han provisto sus informes de datos concretos y abrumadores sobre lo que aquí sucede. Los documentos contundentes que han salido de la oficina panamericana encuentran origen en las gestiones de los líderes de la MUD, como también en la incansable presencia de los representantes de los presos políticos y de los humillados por la autocracia. Aparte de la insistencia de los voceros de los detenidos y de los oprimidos que hablan por sus causas específicas, ha tenido especial trascendencia la gestión del presidente de la AN en diversas instancias del continente y de Europa; y, desde luego, la decisión mayoritaria de la representación popular de pedir la aplicación de la Carta Democrática para solucionar in extremis el entuerto venezolano. La campaña de Almagro, fundamental para que se pueda mirar el porvenir con alguna esperanza, para que sintamos la señal de una luz al final de oscuro túnel, ha dependido de una épica nacional que salió de casa en el momento oportuno para ventilar nuestros horrores ante el mundo.
La oposición merece reproches, especialmente porque da la impresión de que sus esfuerzos no llegan a la meta de deshacernos con la urgencia del caso de un régimen indigno, porque a veces parece que se hacen los desentendidos en la cura de la plaga, pero nada se gana con echarla en el saco de los desperdicios sin advertir los matices de su actividad. La ciudadanía tiene el derecho de exigir una vocería más atractiva para continuar una batalla que es de todos, pero es evidente que, gracias a los esfuerzos de los partidos de la oposición y a la discusiones parlamentarias, el lugar de los acontecimientos sigue siendo Venezuela, que es aquí donde se bate el cobre, que el camino de Washington como meta hemisférica encuentra origen en nosotros debido a lo que se ha hecho por mostrar al mundo la gravedad de los asuntos internos. Gracias a los esfuerzos de la AN y a la orientación de la MUD, puede el esclarecido Almagro hacernos el bien que nos está haciendo. Los debates de la OEA son el corolario de la serie de escaramuzas venezolanas que ahora buscan y encuentran sendero internacional para enderezar un itinerario lleno de escollos. Se discute con propiedad afuera porque se han hecho cosas meritorias adentro.
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