Thursday, April 27, 2017

Ibsen Martínez: Los crímenes de la calle Cajigal

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Ibsen Martínez

La parroquia de El Valle, al suroeste de Caracas, fue durante lustros un bastión chavista. Allí creció Nicolás Maduro. Fue también allí donde, pronto hará 20 años, surgieron los primeros “círculos bolivarianos”, células del vasto e incontenible descontento que, en 1998, llevó a Hugo Chávez al poder. El Valle fue también uno de los campos de matanza del Caracazo, la ola de saqueos y motines que estremecieron desde sus inicios el malhadado segundo periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez. En aquella ocasión, febrero de 1989, la parroquia aportó una cuota considerable a los centenares de muertos que dejó el ametrallamiento de las barriadas con que el Ejército sofocó la revuelta.

Las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, contra todo el ventajismo chavista y las marrullerías sin cuento del organismo electoral, otorgaron a la oposición venezolana una aplastante mayoría en la Asamblea Nacional y pusieron al descubierto que El Valle había dado la espalda a Nicolás Maduro. José Guerra, brillante economista y académico, candidato de la Mesa de Unidad Democrática a la diputación de El Valle, arrasó en las urnas.
¿Cuánto deberá esperar Venezuela para que este asesino sea desalojado del poder que usurpa?
Hoy, la dictadura de Maduro pretende inculparlo como “golpista” y lo acusa de ser promotor de la letal conmoción que sacude la parroquia desde la noche del pasado 20 de abril. Ante la indoblegable determinación de protestar pacíficamente de que ha dado muestra la hoy más que mayoritaria masa opositora, la violencia desatada por todos los brazos armados con que cuentan Maduro y su camarilla luce camino a superar la ignominiosa cifra de más de 40 muertos que dejaron las protestas de hace tres años. En El Valle, esta violencia que cínicamente Maduro atribuye a la oposición provocó, el 20 de abril, una conmoción tal que los vecinos no dudan es describirla como otro Caracazo.
Aun para las magnitudes de una ciudad convertida en capital mundial del homicidio impune, lo ocurrido en la calle Cajigal —y en toda la parroquia— rebasa todos los horrores imaginables y testimonian cuán demencial y sangrienta es la interminable ordalía que atraviesa mi país. La noche del 20 abril estalló en El Valle un cacerolazo de protesta acompañado de gritos que clamaban por la renuncia de Maduro. Nadie ha podido cabalmente dar cuenta de lo que ocurrió a partir de ese momento. Pero una hipótesis muy verosímil sugiere que, exaltados por la ruidosa protesta, muchos hambrientos se echaron a la calle para saquear comida. Al parecer, la Guardia Nacional, los sicarios motociclistas del paramilitarismo chavista conocidos como “colectivos” y las bandas delictivas locales no solo atacaron a los saqueadores para reprimirlos, sino que terminaron ametrallándose unos a otros.
Es un hecho que no todos los colectivos actúan ya coordinadamente con la Guardia Nacional. Para los vecinos es concebible que, por una vez, los sicarios motociclistas fueron atacados por grupos rivales, desprendidos del propio paramilitarismo, que han preferido volver a ser agentes del hampa común.
El comunicado oficial sobre lo ocurrido habla de ocho muertes “por electrocución” que atribuye, sin más, a la cerca de seguridad de una panadería saqueada en la calle Cajigal. Este tipo de cercado, dicen los expertos, está concebido para repeler enérgicamente al intruso, no para matarlo. Los vecinos insisten en que, tal como ocurrió durante el Caracazo, las víctimas fueron masacradas y nunca se sabrá por quiénes. No se permitió a sus familiares presenciar el levantamiento de los cadáveres. El desgobierno de Maduro ha comenzado a asesinar también a los habitantes de su propio barrio. ¿Cuánto deberá esperar Venezuela para que este asesino sea desalojado del poder que usurpa?

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