VÍCTOR SALMERÓN | EL UNIVERSAL
martes 3 de mayo de 2011 12:52 PM
Inmerso en la antesala de la elección presidencial de 2012 el gobierno de Hugo Chávez se vale del brillo del petróleo para inyectar gasto público, tratar de borrar la percepción de crisis y encender el motor del consumo, apagado durante los cuatro últimos semestres.
Todo indica que el país repetirá el ciclo de otros períodos de bonanzas que al esfumarse dejan una economía frágil, dependiente en extremo de los precios del crudo y obligada a sufrir políticas de ajuste.
Estudios describen claramente el ciclo empobrecedor en que suelen empantanarse los países petroleros y Venezuela encaja perfectamente en el modelo.
Una característica típica es que cuando el precio del barril aumenta de forma estelar una enorme cantidad de divisas ingresa a los países petroleros; esto tiende a incrementar el valor de la moneda, las importaciones se abaratan y sectores como la agricultura y la manufactura pierden competitividad.
Otra constante es que el chorro de petrodólares infla las metas y el tamaño del Estado, disparando el gasto público y desencadenando una serie de efectos: la economía crece rápidamente por el aumento del consumo, pero la falta de producción para atender la demanda impulsa la inflación.
El incremento del gasto suele salirse de control y entonces es común la aparición de déficit en el presupuesto y mayor endeudamiento.
Junto a los problemas económicos, los petroestados tienden a generar una estructura que mina el desarrollo de la democracia. El Gobierno es en buena medida autónomo, no requiere de la sociedad para mantenerse por el enorme ingreso que recibe, lo que da pie a una asimetría de poder que induce al autoritarismo. El Ejecutivo no necesita negociar ni escuchar.
Además, existe lo que se ha llamado el "efecto gasto". El ingreso petrolero puede ser utilizado para incrementar dádivas, transferencias, retrasar la formación de grupos independientes y ahogar las presiones por una mejor democracia.
Al poder que recibe por el monopolio de la renta petrolera, el Gobierno venezolano ha sumado el control de los precios, las tasas de interés, la asignación de divisas y la formación de grupos que dependen exclusivamente del dinero que fluye desde Miraflores.
Durante 2004-2008 el país disfrutó de un boom petrolero sin precedentes y bastó el parpadeo de los precios del crudo para caer en una larga recesión y pérdida de bienestar. Si se contrasta el desempeño de la economía en 2010 con 2008, el PIB registra un descenso de 5,1%.
Todo apunta a que en 2008 la economía llegó a un punto de quiebre donde el modelo basado en los altos precios del crudo se agotó, de hecho, ese año el crecimiento se redujo a la mitad a pesar de que el crudo venezolano se mantuvo en un precio promedio de 86,49 dólares el barril, todo un récord.
La historia reciente señala que a raíz del paro empresarial de 2003 las empresas trabajaban muy por debajo de su capacidad. Con el salto estelar del petróleo el Gobierno incrementó el gasto público, los pedidos se dispararon y los equipos desenchufados entraron en calor.
Pero una vez agotada esta etapa de fácil crecimiento, se alcanza un nivel donde el gasto público deja de ser suficiente, también se requiere inversión para ampliar el número de máquinas y más tecnología.
Se sabe que uno de los signos de la locura es esperar resultados distintos con los mismos procedimientos. ¿Venezuela enloqueció?
Todo indica que el país repetirá el ciclo de otros períodos de bonanzas que al esfumarse dejan una economía frágil, dependiente en extremo de los precios del crudo y obligada a sufrir políticas de ajuste.
Estudios describen claramente el ciclo empobrecedor en que suelen empantanarse los países petroleros y Venezuela encaja perfectamente en el modelo.
Una característica típica es que cuando el precio del barril aumenta de forma estelar una enorme cantidad de divisas ingresa a los países petroleros; esto tiende a incrementar el valor de la moneda, las importaciones se abaratan y sectores como la agricultura y la manufactura pierden competitividad.
Otra constante es que el chorro de petrodólares infla las metas y el tamaño del Estado, disparando el gasto público y desencadenando una serie de efectos: la economía crece rápidamente por el aumento del consumo, pero la falta de producción para atender la demanda impulsa la inflación.
El incremento del gasto suele salirse de control y entonces es común la aparición de déficit en el presupuesto y mayor endeudamiento.
Junto a los problemas económicos, los petroestados tienden a generar una estructura que mina el desarrollo de la democracia. El Gobierno es en buena medida autónomo, no requiere de la sociedad para mantenerse por el enorme ingreso que recibe, lo que da pie a una asimetría de poder que induce al autoritarismo. El Ejecutivo no necesita negociar ni escuchar.
Además, existe lo que se ha llamado el "efecto gasto". El ingreso petrolero puede ser utilizado para incrementar dádivas, transferencias, retrasar la formación de grupos independientes y ahogar las presiones por una mejor democracia.
Al poder que recibe por el monopolio de la renta petrolera, el Gobierno venezolano ha sumado el control de los precios, las tasas de interés, la asignación de divisas y la formación de grupos que dependen exclusivamente del dinero que fluye desde Miraflores.
Durante 2004-2008 el país disfrutó de un boom petrolero sin precedentes y bastó el parpadeo de los precios del crudo para caer en una larga recesión y pérdida de bienestar. Si se contrasta el desempeño de la economía en 2010 con 2008, el PIB registra un descenso de 5,1%.
Todo apunta a que en 2008 la economía llegó a un punto de quiebre donde el modelo basado en los altos precios del crudo se agotó, de hecho, ese año el crecimiento se redujo a la mitad a pesar de que el crudo venezolano se mantuvo en un precio promedio de 86,49 dólares el barril, todo un récord.
La historia reciente señala que a raíz del paro empresarial de 2003 las empresas trabajaban muy por debajo de su capacidad. Con el salto estelar del petróleo el Gobierno incrementó el gasto público, los pedidos se dispararon y los equipos desenchufados entraron en calor.
Pero una vez agotada esta etapa de fácil crecimiento, se alcanza un nivel donde el gasto público deja de ser suficiente, también se requiere inversión para ampliar el número de máquinas y más tecnología.
Se sabe que uno de los signos de la locura es esperar resultados distintos con los mismos procedimientos. ¿Venezuela enloqueció?
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