En: :http://www.lapatilla.com/site/2011/05/04/alonso-moleiro-el-chavismo-y-osama-bin-laden/
Alosno Moleiro
Personeros del gobierno y periodistas defensores de su causa se han quejado porque, Occidente – y en tal espectro, presume uno, debe estar incluida la Venezuela democrática- “esta celebrando” el ajusticiamiento de Osama Bin Laden. Aluden la existencia de una “cultura de la muerte”, y se espantan, puesto que nadie tiene derecho a irrespetar los designios vitales de los demás.
No termina uno de entender qué le cuesta reconocer al chavismo cabeciduro que el terrorista de marras, el más buscado del planeta, era un sujeto impresentable, y que ni su causa, ni su proceder ni sus amenazas, podían tener espacio en el mundo civilizado. Que todos, incluyendo al propio chavismo, hemos ganado con la noticia.
A ver si nos entendemos: el asalto que puso fin a la vida de Osama Bin Laden no fue un acto político: fue una respuesta militar. Este sujeto no sólo ha perpetrado un asesinado masivo de personas inocentes, sino que ha asumido la organización de su crimen con bastante naturalidad y había prometido volverlo a hacer. Ni los Estados Unidos, ni nadie, salvo que se estuviera chupando el dedo, podía figurarse que era posible entablar un proceso de negociación o ensayar una filigrana diplomática para intentar persuadirlo de que cesara su complot en las sombras.
Osama Bin Laden no era cualquier terrorista. Era un demente que pretendía regresar a la humanidad a la Edad Media, que se consideraba con derecho a asesinar a cualquier si se convertía en obstáculo para propalar un culto sectario y fanático. El enemigo negado de la existencia de la política y las posibilidades de la razón.
Su comportamiento obcecado era tal que, incluso, su influencia en el mundo musulmán –confinada en los últimos tiempos a los dominios de algunas naciones árabes especialmente depauperadas, como su natal Yemen- estaba declinando sensiblemente.
Es una reflexión tan obvia y banal que hasta produce cierta vergüenza tener que detallarla en explicaciones. Los atentados de las Torres Gemelas produjeron un espanto y una repulsa universal y el gobierno nacional fue uno de los muchos que, entonces, condenó el crimen masivo y se solidarizó con los Estados Unidos.
Podríamos acudir a otros ejemplos, un poco más familiares a los seguidores del gobierno, para acabar de una vez por toda con este pobre argumento. De 1967 a 1972, aproximadamente, los servicios secretos cubanos se dieron a la tarea de eliminar, uno a uno, a todos implicados en el fusilamiento del Che Guevera en las selvas bolivianas. A nadie se le ocurrió, ni entonces ni después, invocar la existencia de las armas de la política.
El Vicepresidente Ejecutivo, Elías Jaua, con el resto del gobierno al remolque, extiende su celo antiyanqui hasta límites casi demenciales, y aparece hace un par de días invocando la existencia de la diplomacia. Molesto pues, porque a la mansión de Bin Laden nadie se presentó con una orden de allanamiento.
Un argumento demagógico y traído de los cabellos, casi ridículo: Jaua sabe que no se puede anotar en la causa de Bin Laden, pero su cuadratura y su dogmatismo le impedirán hacer eso que ha hecho toda la humanidad (incluyendo al secretario general de la ONU y a los chinos), es decir, felicitarse por la noticia.
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