JOSÉ LUIS MÉNDEZ LA FUENTE | EL UNIVERSAL
jueves 19 de mayo de 2011 10:32 AM
La historia política universal está llena de escándalos sexuales y de hechos de corrupción. Aunque parezca que casi todos han ocurrido modernamente, no es así. No había más antes que ahora, ni al revés. Eso sí, la globalización de la noticia ha permitido conocerlos más ahora que antes. Con anterioridad a Profumo ya los hubo, aunque solo reluzcan los que se han dado después. En cualquier caso, la ecuación es la misma: mucho poder corrompe.
El de Dominique Strauss-Kahn, es el último y más reciente de la lista. En él destacan dos cosas, una, por supuesto, el cargo, presidente del FMI, que simboliza el poder tanto político como económico, siempre presente en estos casos; la otra, que se trata de un personaje de izquierda, nada más y nada menos que del socialismo francés del que es su más fuerte precandidato a la presidencia. Y no es que con eso queramos significar que los socialistas no puedan caer en la "trampa de sentirse poderosos "y de querer pasar por encima de la ley, sino que hasta ahora los escándalos sexuales propiamente dichos de los políticos, que no los actos de corrupción en general, estaban más identificados en Europa y en EEUU, con la derecha que con la izquierda. Una diferencia tiene que ser hecha sin embargo, entre lo que le sucede a DSK y lo que hicieron Clinton, Chirac, Jeremy Thorpe o el propio John Profumo, pues no es lo mismo, al menos desde un punto de vista legal, hablar de un "affaire sexual" que de un delito como el de intento de violación o acoso sexual. Tampoco es lo mismo que el affaire ocurra en el propio país del acusado, donde la influencia del poder se nota más, y si no que lo digan los italianos que ven cómo Berluscconi utiliza el Parlamento para obstruir la justicia que lo señala con el dedo, que en un país extranjero como EEUU, donde el sistema de acusación penal funciona si no a la perfección, al menos eficazmente. Pero es que además el hecho no ocurrió en Bankong o en Cabo Verde sino en Nueva York, la ciudad más universal, con la población más cosmopolita del orbe.
Y es que quién le iba a decir que a DSK que una inmigrante africana, camarera de un hotel de lujo, iba a bajarlo de su pedestal todopoderoso, atreviéndose a acusarlo de agresión sexual, haciendo valer sus derechos de ciudadana libre del mundo, al más puro estilo del feminismo y del socialismo utópico clásicos, que hubiese hecho las delicias de Simone de Beauvoir o de Alejandra Kollontay quien acusaba a sus compañeros socialistas de no ir más allá en su discurso, de la tópica denuncia a la doble moral burguesa o de la reivindicación del derecho a amar libremente para las mujeres. Precisamente esa doble moral y no necesariamente la burguesa, es la que está hoy siendo acusada por un delito que mírese como se mire, es bien grave. El abuso de poder de banqueros y políticos, es lo que se está ventilando en los tribunales neoyorquinos más allá del delito específico que haya podido cometer el aún presidente del FMI. Marx y Engels redujeron las diferencias entre el hombre y la mujer, y más concretamente la explotación sexual de la mujer, a un problema de estructuras y superestructuras económicas, a un monismo económico demasiado simplista que aseguraba que era el poder económico que había adquirido el hombre el que esclavizaba a la mujer, por lo que una vez que desapareciera aquél, con la llegada del socialismo, hombres y mujeres iban a ser iguales. Muy mal parado deja el caso DSK al socialismo francés, así como al socialismo en general.
Kollontay pensaba que la "mujer nueva" que predicaban sus camaradas, fomentaba más bien que aniquilaba, el movimiento feminista, porque, de qué le sirve a la "mujer nueva" ser consciente de su opresión histórica, si no existe un "varón nuevo" capaz de comprenderla. Obviamente, que DSK no es en absoluto la representación de ese hombre nuevo, mientras la mujer que lo acusa, aun una desconocida, parece simbolizar a todas las mujeres nuevas que ya hay en el mundo.
El de Dominique Strauss-Kahn, es el último y más reciente de la lista. En él destacan dos cosas, una, por supuesto, el cargo, presidente del FMI, que simboliza el poder tanto político como económico, siempre presente en estos casos; la otra, que se trata de un personaje de izquierda, nada más y nada menos que del socialismo francés del que es su más fuerte precandidato a la presidencia. Y no es que con eso queramos significar que los socialistas no puedan caer en la "trampa de sentirse poderosos "y de querer pasar por encima de la ley, sino que hasta ahora los escándalos sexuales propiamente dichos de los políticos, que no los actos de corrupción en general, estaban más identificados en Europa y en EEUU, con la derecha que con la izquierda. Una diferencia tiene que ser hecha sin embargo, entre lo que le sucede a DSK y lo que hicieron Clinton, Chirac, Jeremy Thorpe o el propio John Profumo, pues no es lo mismo, al menos desde un punto de vista legal, hablar de un "affaire sexual" que de un delito como el de intento de violación o acoso sexual. Tampoco es lo mismo que el affaire ocurra en el propio país del acusado, donde la influencia del poder se nota más, y si no que lo digan los italianos que ven cómo Berluscconi utiliza el Parlamento para obstruir la justicia que lo señala con el dedo, que en un país extranjero como EEUU, donde el sistema de acusación penal funciona si no a la perfección, al menos eficazmente. Pero es que además el hecho no ocurrió en Bankong o en Cabo Verde sino en Nueva York, la ciudad más universal, con la población más cosmopolita del orbe.
Y es que quién le iba a decir que a DSK que una inmigrante africana, camarera de un hotel de lujo, iba a bajarlo de su pedestal todopoderoso, atreviéndose a acusarlo de agresión sexual, haciendo valer sus derechos de ciudadana libre del mundo, al más puro estilo del feminismo y del socialismo utópico clásicos, que hubiese hecho las delicias de Simone de Beauvoir o de Alejandra Kollontay quien acusaba a sus compañeros socialistas de no ir más allá en su discurso, de la tópica denuncia a la doble moral burguesa o de la reivindicación del derecho a amar libremente para las mujeres. Precisamente esa doble moral y no necesariamente la burguesa, es la que está hoy siendo acusada por un delito que mírese como se mire, es bien grave. El abuso de poder de banqueros y políticos, es lo que se está ventilando en los tribunales neoyorquinos más allá del delito específico que haya podido cometer el aún presidente del FMI. Marx y Engels redujeron las diferencias entre el hombre y la mujer, y más concretamente la explotación sexual de la mujer, a un problema de estructuras y superestructuras económicas, a un monismo económico demasiado simplista que aseguraba que era el poder económico que había adquirido el hombre el que esclavizaba a la mujer, por lo que una vez que desapareciera aquél, con la llegada del socialismo, hombres y mujeres iban a ser iguales. Muy mal parado deja el caso DSK al socialismo francés, así como al socialismo en general.
Kollontay pensaba que la "mujer nueva" que predicaban sus camaradas, fomentaba más bien que aniquilaba, el movimiento feminista, porque, de qué le sirve a la "mujer nueva" ser consciente de su opresión histórica, si no existe un "varón nuevo" capaz de comprenderla. Obviamente, que DSK no es en absoluto la representación de ese hombre nuevo, mientras la mujer que lo acusa, aun una desconocida, parece simbolizar a todas las mujeres nuevas que ya hay en el mundo.
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