Ricardo Escalante, Texas
La adoración irracional que se hizo forjar Hugo Chávez en sus 14 años de poder, se ha acrecentado de manera peligrosa para las nuevas generaciones de venezolanos. Nadie puede negar que ese caudillo que aprendió a dominar a las masas mediante la manipulación de los sentimientos y con toda suerte de triquiñuelas autoritarias, es ahora un mito cuasi religioso frente al cual la lucha no será fácil.
Eso explica por qué Raúl Castro y Nicolás Maduro de manera súbita y contra todo pronóstico, decidieron celebrar las elecciones presidenciales venezolanas el 14 de abril. No se trata de apegos a lo pautado en el texto constitucional. No. Se trata de cosechar cuanto antes esa efervescencia popular desatada por la muerte de Chávez y su uso propagandístico.
Esas pasiones llevadas a lo extremo, no eran exclusivas de Hugo Chávez. Mao Tsé Tung, Stalin, Kim Il Sung y Hitler, lo habían logrado antes, aunque también en tiempos antiguos había habido muchas manifestaciones de ese género. El mito Hitler se derrumbó estrepitosamente por razones harto conocidas; el de Mao ya no tiene las mismas proporciones de antes porque la propia élite dirigente que conoció y sufrió sus perversas intenciones, le ha bajado el volumen a la adoración. El de Kim se mantiene. Y el de Stalin es un caso muy especial que merece un comentario aparte.
Con su puño de acero, Stalin había introducido reformas económicas importantes que proporcionaron alguna dosis de bienestar a los soviéticos, a costa de una represión atroz. Oleadas de asesinatos, torturas, purgas en el partido, en el gobierno y entre los militares. No se le aguaba el ojo. Todo aquello con tufo a descontento era eliminado por cualquier medio, para ir convirtiéndose en la figura única a quien había que temer y adorar. En marzo de 1953, la noticia de su muerte sacudió a la Unión Soviética. Eran enormes las colas de quienes querían rendir homenaje al “Padre de los pueblos”, y se calcula que hubo más de mil muertos entre quienes hacían lo que fuera por estar cerca de los restos.
Pero lo bueno vino después, cuando en una muestra de audacia sin precedentes y con especial inteligencia, en febrero de 1956 ocurrió el célebre XX Congreso del PCUS. En medio de una lucha encarnizada por el poder, Nikita Khrushchev leyó el informe con denuncias de los atropellos de Stalin y destrozó la leyenda que se había tejido en torno al bigotudo georgiano. Lo hizo como parte de su combate a la élite estalinista, de la cual, indiscutiblemente, él mismo había sido parte importante. De esa manera reconcentró todo el poder y se convirtió, como Stalin, en secretario general del partido y primer ministro de manera simultánea.
El caso de Chávez es distinto porque sus procedimientos represivos fueron diferentes. Distó mucho de la brutalidad estalinista aunque, por supuesto, también tuvo víctimas que muchos ya no quieren recordar. Ahora bien, ¿por qué han montado una gran fiesta en torno al cadáver del Presidente? ¿Son razones meramente sentimentales o hay un propósito inconfesable? Es obvio que el legatario de Chávez es un hombre inculto, primitivo, y sin la obediencia al jefe nunca habría podido llegar a la cúspide del poder. Carece de liderazgo y de capacidad para asumir la enorme responsabilidad de los asuntos del Estado, por lo cual se apega a la leyenda del difunto para capturar el poder. De otra manera no podría.
Chávez, como todo caudillo, siempre combatió toda posibilidad de nuevos liderazgos dentro y fuera de su propia corriente y solo al final, cuando ya conocía la inminencia de su muerte, señaló a Maduro y pidió que votaran por él. ¿Adónde nos llevará la adoración del líder? Es difícil predecirlo, pero lo que sí se puede asegurar es que no proporcionará nada bueno para las nuevas generaciones de venezolanos, porque se trata de imponer la voluntad única y de cercenar el derecho a pensar diferente.
Aunque hay quienes sostienen que con la desaparición física del Presidente se abre un nuevo capítulo y que, por ello, es bueno olvidar lo ocurrido en los últimos 14 años, es indispensable examinar el caso para dibujar nuevas realidades. Chávez le infligió un severo daño al país: Destrozó las instituciones, acabó la economía del país, conculcó derechos civiles y políticos y sembró la más grande corrupción jamás habida en Venezuela. El daño a la moral y a la conciencia ciudadana es tan grave, que se requerirá el paso de varias generaciones para alcanzar su recuperación. Es indispensable saber que Chávez murió, pero el régimen continúa con otro nombre y ya hay signos muy preocupantes. Por lo demás, nadie podría decir que, por ejemplo, Stalin, Hitler y Kim Il Sung, cancelaron sus penosas deudas al fallecer.
En los últimos días la Constitución ha sido pateada y ha habido cualquier clase de abusos. Los exabruptos son tan descomunales, que, por ejemplo, Maduro se encargó de la jefatura del Estado a pesar de que le correspondía al presidente de la Asamblea Nacional. Y antes de haberse juramentado, Maduro emitió decretos y tomó decisiones. El Tribunal Supremo de Justicia demostró que solo es una caja de resonancia de arbitrariedades y mucho más.
Por eso debemos gritar: ¡No al mito!
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