por Fernando Mires
Son tres y tienen tres cosas en común. 1. Son mujeres. 2. Se encuentran fuera de Cuba dando a conocer la realidad de la Isla. 3. Son agredidas por grupos enviados desde diversas embajadas cubanas (los vituperios más suaves son “mercenaria”, “agente del imperio”, “gusana”).
Ninguna de las tres habla sólo por sí misma aunque las tres han sido víctimas de la represión.
Detrás de Rosa María está el Movimiento Cristiano de Liberación que lideraba su padre, Oswaldo Payá -muerto en circunstancias muy “extrañas”- y los miles de cubanos que apoyan el proyecto Varela, destinado a buscar una salida pacífica a la situación que vive la Isla.
Detrás de Berta Soler, las Damas de Blanco, organización que se formó después de la “Primavera Negra” del 2003 cuando cientos de disidentes y opositores fueron enviados a prisión sin juicio ni causa. Ellas son las madres, las abuelas, las hijas y las novias de hombres perseguidos, prisioneros, torturados, asesinados. Las Damas de Blanco, para que se entienda mejor, son el equivalente de lo que fueron (ya no lo son) las “Madres de la Plaza de Mayo” en Argentina, y las asociaciones de madres e hijas de desaparecidos en Chile
Detrás de Yoani Sánchez no sólo está el numerosísimo y muy creativo movimiento de blogueros. Hay que contar, además, organizaciones juveniles, artísticas, intelectuales, todos articulados en forma de redes en torno de la delgada figura de la bloguera. Yoani Sánchez ha llegado a ser así uno de los máximos referentes de la disidencia. Su significado puede ser comparado con el papel que jugó el físico Andrei Sajarov en la URSS, el cantante Wolf Biermann en la RDA, el dramaturgo Váklav Havel en Checoeslovaquia, el político Ricardo Lagos en Chile, Monseñor Arnulfo Romero en El Salvador.
Pero ¿no viajan acaso con autorización del gobierno? preguntan quienes todavía simpatizan con la dictadura. ¿No se encuentra Cuba en un “interesante” proceso de cambios?, preguntan a su vez los “progres” que apoyan con una que otra “crítica solidaria” a Raúl Castro.
Vamos por partes. El derecho a salir del país -estamos hablando de un derecho natural- no fue una dádiva de Raúl. Por el contrario, fue una de las conquistas arrancadas al régimen por el movimiento opositor, tanto dentro como fuera de Cuba. Si por Castro fuera, las tres mujeres estarían recluidas en oscuras celdas. En cuanto al proceso de cambios económicos, es reconocido y aceptado por las tres. Yoani incluso se pronunció en contra del embargo. Pero esos cambios -dicen ellas- son económicos y sólo en una muy lejana línea, políticos.
Cuba está viviendo el tránsito que va desde un rígido capitalismo de Estado hacia un neoliberalismo económico con hegemonía estatal. Las libertades políticas que ese tránsito conlleva son sólo las más funcionales a la preservación de la lógica del poder. Se trata, por lo mismo, de cambios reversibles, como fueron muchas de las liberalizaciones que han tenido lugar durante la historia de la Cuba castrista.
Nunca ha habido una dictadura que se haya convertido por sí sola en democracia. La de Cuba no será la primera. Por lo tanto las tres mujeres no luchan por un mejor capitalismo sino -eso nunca lo va a entender Raúl Castro- por más libertades.
Luego, la pregunta pertinente es: ¿por qué las tres figuras mas señeras de la disidencia son mujeres? No es casualidad. Hay, en efecto, una relación permanente entre dictadura, militarismo y machismo. La razón es simple: nunca ha habido una dictadura que no sea ni militarista ni machista. Por lo tanto, los valores que proclama cada dictadura son los de una sociedad militarista y machista. Violencia, heroísmo, crueldad, homofobia, necrofilia, entre otros (lo estamos viendo en la Venezuela post-chavista) son valores dictatoriales.
Pero ¿no tienen en Cuba las mujeres los mismos derechos que los hombres en el trabajo, en la educación y en la cultura? Vamos a suponer que eso es cierto. El problema es que aquí estamos hablando de otra cosa. Aquí estamos hablando de valores. Y en un orden totalitario los valores que dominan son los del totalitarismo, sistematizados siempre en una ideología totalitaria.
Ahora, si hay un elemento común a todos los totalitarismos, es el proyecto de invadir la esfera privada desde y por el Estado, hasta que los límites entre lo privado y lo público desaparezcan. Y bien, ese mundo de lo privado -el de la “inmanencia” diría Simone de Beauvoir- ha sido ocupado tradicionalmente, aún en las sociedades más modernas, más por mujeres que por hombres.
Ellas, aunque sólo sea por la gracia de la maternidad, están más cerca de los hijos, protegiéndolos de los peligros del mundo externo. Ellas son las que tienen que liberarlos de los tóxicos ideológicos con que son inoculados en las escuelas. Ellas, no podemos negarlo, saben más del mundo cotidiano que del mundo ideológico. Ellas son las que regatean en los mercados informales, las que saben echar más agua a la sopa, las que más sufren cuando al hombre lo llevan preso o lo encuentran muerto, baleado en una esquina rodeada de perros. Ellas, en fin, saben que los derechos humanos no son una simple declaración de principios, sino derechos del cuerpo. Porque libertad de movimiento, de palabra y de asociación, son libertades que sólo pueden ser realizadas con y a través del cuerpo.
El totalitarismo es el apoderamiento del cuerpo por el Estado. Contra eso luchan las tres mujeres, en representación de muchas mujeres y hombres de Cuba.
Puedo imaginar entonces que cuando ellas son acosadas por turbas, sea en Brasil, México o España, el odio del cual son objeto no es sólo político. Es uno que proviene de personas cuestionadas por la presencia de las tres mujeres. Un odio, en fin que, como todo odio, proviene de las más oscuras cavernas del miedo.
Y el miedo más grande para ellos es, sin duda, el miedo a la libertad.
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