Manuel Felipe Sierra
9 Marzo, 2012
En Venezuela existen en la práctica dos centros de poder. Desde el Palacio de Miraflores, Hugo Chávez toma decisiones que tienen que ver con el manejo administrativo cotidiano: decretos, consejos de ministros, invento de misiones, cadenas nacionales, etc. Pero existe también una instancia superior, un “petit-comité” un “cogollo” como se decía en tiempos de bipartidismo, o lo que en el lenguaje bolchevique se conoció como una “troika”. Es un suprapoder que se ocupa de las grandes definiciones políticas, geopolíticas y de orientar el rumbo del llamado proceso revolucionario que está compuesto por el mandatario venezolano y los hermanos Fidel y Raúl Castro.Chávez no sólo pone su salud en manos de la dictadura cubana, sino que ahora toma medidas y despacha impunemente desde La Habana. Su reciente reunión con el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en la isla, para complementar acuerdos bilaterales, demuestra hasta dónde se asume la existencia de dos capitales políticas desde las cuales se manejan los asuntos del país.
Ello no tendría por qué sorprender a nadie si se considera que tanto Chávez como los hermanos Castro sostienen que Venezuela y Cuba integran un solo país, ya denominado como “Venecuba”. Se trata de una identidad que va más allá de las coincidencias políticas y el parentesco ideológico.
En esencia es una relación que se sustenta en necesidades mutuas. Chávez en su plan para perpetuarse indefinidamente en el mando requiere de un eficiente sistema de seguridad e inteligencia que ha servido de soporte durante cinco décadas a la dictadura castrista.
Por su parte, el régimen de los Castro necesita de la ayuda venezolana para alimentar su “nomeklatura” y los instrumentos represivos capaces de afrontar la creciente presión de los cubanos por mejores condiciones de vida y el rescate de los derechos De esta manera, el tema de “Venecuba” tiene que ser abordado inevitablemente por un nuevo gobierno democrático que nazca de los votos el 7 de octubre. Es, por supuesto, un tema que trasciende la redefinición de la política exterior y que no podrá encararse solamente con declaraciones o sobre el falso supuesto de que una victoria electoral implica el desmantelamiento del entramado autocrático construido desde hace 13 años.
Como lo advirtió recientemente el fundador de Proyecto Venezuela, Henrique Salas Römer: “Capriles, de resultar elegido, debe moverse en el plano internacional, sin descartar incluso conversaciones con naciones que han sido aliadas de este régimen, porque sólo de esta manera el país puede marchar hacia el desenlace de una crisis en términos de paz”. Este es uno de los nudos y escollos que habrán de definir inevitablemente el proceso de transición que viviremos en los próximos meses.
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