ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 9 de marzo de 2012 12:00 AM
No es un trapo rojo. Aunque lo parezca, lo de Cotiza no puede ser interpretado con los códigos habituales. El único común denominador entre este episodio reciente y los incidentes del pasado es la violencia. La situación de hoy es distinta a las anteriores: nunca antes los opositores a la revolución habían estado tan cerca de alcanzar su meta. Por primera vez el oficialismo se siente seriamente amenazado. La enfermedad del Presidente, y la ausencia de un liderazgo emergente sólido en las filas del "proceso", acentúa el riesgo de perder el poder. Como en Libia y Siria, la reacción es extrema: cuando los discursos y las ofertas dejan de tener acogida, el uso de las armas es lo único que cabe. Venezuela tiene que estar alerta: Capriles está en la mira y esta vez no es un simple amago coercitivo.
Con su actuación, la nomenclatura roja reconoce que quienes le adversan representan ahora una alternativa: saben que la de Capriles Radonski no es una candidatura simbólica y que su atractivo es incuestionable. Tampoco se les escapa que el país ya no es el mismo. Cansados de la confrontación y de la larga espera de soluciones, los ciudadanos se muestran interesados y atraídos por el cambio. En los patios bolivarianos reina la confusión: el miedo de la gente está cediendo y nada garantiza que el libreto empleado en otras coyunturas será útil en esta oportunidad. El dilema es grave: colocado en circunstancias distintas, al gobierno le correspondería dar un giro drástico en su estrategia, pero sólo se siente cómodo con la que le ha dado resultados.
La ausencia de respuestas políticas eficientes, que sirvan para detener lo que en las filas del gobierno ya se toma como un fenómeno, abre campo al empleo intensivo del terrorismo de Estado. Lo de Cotiza es apenas la punta del iceberg: si al gobierno no le conmueven las espantosas cifras de muertos por causa de la inseguridad, mucho menos se conmoverá por la muerte de unos cuantos inocentes, ocurridas en el marco de la campaña electoral. Así es la adicción al poder y así es, también, el sentimiento de culpa que experimentan quienes lo han empleado inescrupulosamente para satisfacer sus intereses.
No caben aquí consideraciones acerca de la división del chavismo por causa del sordo debate sucesoral. Lo importante es que todas sus fracciones se atrincherarán para tratar de sobrevivir. En este momento de definiciones, ellas se hallan unidas por un único propósito: hacer lo posible e imposible por retener el poder con el cual han abusado durante trece largos años. El miedo los une, como la esperanza de cambio está uniendo hoy a una clara mayoría de venezolanos que ve en Capriles la opción para superar, definitivamente, al pasado.
Con su actuación, la nomenclatura roja reconoce que quienes le adversan representan ahora una alternativa: saben que la de Capriles Radonski no es una candidatura simbólica y que su atractivo es incuestionable. Tampoco se les escapa que el país ya no es el mismo. Cansados de la confrontación y de la larga espera de soluciones, los ciudadanos se muestran interesados y atraídos por el cambio. En los patios bolivarianos reina la confusión: el miedo de la gente está cediendo y nada garantiza que el libreto empleado en otras coyunturas será útil en esta oportunidad. El dilema es grave: colocado en circunstancias distintas, al gobierno le correspondería dar un giro drástico en su estrategia, pero sólo se siente cómodo con la que le ha dado resultados.
La ausencia de respuestas políticas eficientes, que sirvan para detener lo que en las filas del gobierno ya se toma como un fenómeno, abre campo al empleo intensivo del terrorismo de Estado. Lo de Cotiza es apenas la punta del iceberg: si al gobierno no le conmueven las espantosas cifras de muertos por causa de la inseguridad, mucho menos se conmoverá por la muerte de unos cuantos inocentes, ocurridas en el marco de la campaña electoral. Así es la adicción al poder y así es, también, el sentimiento de culpa que experimentan quienes lo han empleado inescrupulosamente para satisfacer sus intereses.
No caben aquí consideraciones acerca de la división del chavismo por causa del sordo debate sucesoral. Lo importante es que todas sus fracciones se atrincherarán para tratar de sobrevivir. En este momento de definiciones, ellas se hallan unidas por un único propósito: hacer lo posible e imposible por retener el poder con el cual han abusado durante trece largos años. El miedo los une, como la esperanza de cambio está uniendo hoy a una clara mayoría de venezolanos que ve en Capriles la opción para superar, definitivamente, al pasado.
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