Manuel Malaver
Dos semanas sin que la voz de Hugo Chávez irrumpa en hogares, fábricas, escuelas, liceos, universidades, cines, hospitales, circos, dormitorios, bares, restaurantes, burdeles, calles, plazas, carreteras, cementerios y templos de rezo y oración.
Caso único en la historia de cualquier tiempo o país, apenas comparable a los de Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, y Fidel Castro en Cuba, personajes histriónicos que percibieron el enorme poder de la tecnología aplicada a la comunicación de masas, autores de discursos largos y teatrales, pero que jamás hicieron de su gobierno (y mucho menos de sus vidas) una puesta en escena donde la risa no tenía empacho en mezclarse con el dolor, la tragedia con la comedia, ni la mentira con la verdad.
Un fenómeno, en definitiva, producto del desarrollo desmesurado de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), de su acceso amplio y sin estricciones a emisores y receptores, de su combinación con la ausencia de valores y principios que también llaman postmodernidad, y que vino a demostrar que, cualquiera que tuviera una pizca de audacia, otra de cinismo y mucha carga de violencia, podía atropellar los derechos humanos cuando y como quisiera sin demasiadas consecuencias.
No pudo anticiparlo ni siquiera George Orwell en “1984”, clásico en cuyas páginas la dictadura y el despotismo transcurren de manera impersonal y a través de mecanismos audiovisuales que jamás permiten identificar al “Gran Hermano”, en cambio que Chávez se presenta con todos sus atributos físicos y morales tratando unas veces de ser amado y otras, temido.
Cuáles son los resultados pueden medirse a través de encuestas y encuestadoras que siguen todos y cada uno de los pasos del “Big Brother Siglo XXI”, que operan con la velocidad de la luz y no bien se ha pasado uno la mano por los ojos para ver si lo que ha visto y oído es verdad, ya tienen los números en las pantallas de cine, primeras de los periódicos y monitores de televisión que le indican que, contrario a lo que se piensa, su popularidad se aproxima “peligrosamente” al cien por ciento.
Y no importa, a este respecto, que los puentes y carreteras del país se estén hundiendo, que no haya comida ni para pobres ni para ricos, ni luz eléctrica con que cocinarla, que las viviendas que se ofrecen en planes que siguen a terribles vaguadas que dejan cientos de miles de damnificados nunca aparezcan, ni camas en los hospitales, ni útiles ni desayunos en las escuelas, que la corrupción tenga niveles de metástasis, que los precios estén por las nubes y el hampa liquide entre 20 mil o más venezolanos al año, pues, según los encuestadores, y sus encuestas, “esto no afecta los niveles de popularidad de Chávez”, que mientras más destruye al país, es más popular.
En el último año, sin embargo, ha surgido una nueva variable que, según los sondeos de opinión, también ha contribuido a catapultar el apoyo de las mayorías a Chávez, y es que se le diagnosticó un cáncer, un carcinoma de naturaleza maligna, pero de ubicación y gravedad desconocidas que ha ido restándole movilidad física, pero no verbal.
De ahí que en cama, en hospitales, consultorios, antesalas de laboratorios, quirófanos, silla de ruedas, el comandante-presidente no se haya desprendido de las cámaras, los micrófonos, y las cadenas de radio y televisión para decir que está mejor que nunca y que ahora si va a superar a los Lenin, Stalin, Mao y Fidel, “porque además de derrotar al capitalismo, al imperialismo, y a los gringos, también derrotó al cáncer”.
¡Pero si le propuso al expresidente de Brasil, Luíz Inacio Lula Da Silva, convocar en Brasilia un “Congreso Mundial de Presidentes y Expresidentes Vencedores del Cáncer” donde asistirían la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, el cura Lugo del Paraguay, Dilma Rousseff de Brasil y el propio Lula que sería el anfitrión¡.
Iniciativa que se frustró porque Lula le preguntó a Chávez si no habría que hacer también un congreso de presidentes que habían superado la esquizofrenia, otros la cleptomanía, otros la verborrea, otros la doble moral, otros la manía de salir corriendo cuando oyen unos tiros, y otros las operaciones de cadera por andar cazando elefantes en África para escaparse tras un amor.
Y no digamos a los que todavía no se le diagnostican los males que padecen, como al “loco” Correa de Ecuador, Evo Morales de Bolivia, Juan Manuel Santos de Colombia, Piñera de Chile y de muchos atacados de alcoholismo que no conoceremos porque ya militan en “Alcohólicos anónimos”.
También habría que hacer algo por los gerentócratas, de gente como Fidel y Raúl Castro que piensan llegar a los 100 años gobernando y como si nada.
Pero lo más significativo en el tema del cáncer de Chávez, fue que se acordó de que Dios existe, y las Tres Divinas Personas, y los santos y los brujos y que era preferible jugarle unos quinticos a estos poderes sobrenaturales, que a ateos como Lenin, Stalin, Mao y Castro, que ellos mismos no pudieron evitar puesto que se enfermaron y murieron y quien sabe si hasta exhalaron o exhalarán el último suspiro reconociendo in péctore el Gran Poder de Dios.
Por si las moscas, Chávez decidió confiarse al Dios de los cristianos, jugárselas a santos, espíritus, milagros, santeros, brujos, sacerdotisas y chamanes, que han pasado ha convertirse en los dueños y amos de su mundo espiritual.
Se cree ahora un enviado de Nuestro Señor, cuyas palabras, pero sobre el “Sermón de la Montaña”, ha tomado como un “Manifiesto Comunista” para instaurar el socialismo y no permitir que el capitalismo, el poder basado en el dinero, prevalezca, sino que debe ser exterminado por aquello de que “primero entrará un camello por el hueco de una aguja, que un rico al reino de los cielos”.
Pero pronto vendrá el sonsonete de la expulsión de los mercaderes del templo, según se narra en el Nuevo Testamento, banqueros, financistas y corredores de bolsa que serán despojados de sus negocios y bienes personales “porque la casa de mi padre es casa de oración, y no de especulación”.
Todo puede venir si Chávez abandona el silencio que practica desde hace 2 semanas, no se sabe si por prescripción de algunos de los ritos de las tantas religiones que dice profesar desde que le diagnosticaron cáncer, o porque el avance y tratamiento de la enfermedad no se lo permite.
Circunstancia, cuya consecuencia, cualquiera que sea su origen, mórbido o religioso, es una ganancia, por que hay que ver lo que significa haber reconquistado el sueño después de 13 años, permitirse que sonidos menos ruidosos entren a nuestro oídos, y recibir el don del silencio que por tanto tiempo pensamos nos había abandonado.
Si, el silencio existe, y es para sentir el vuelo de las aves que pasan, el de la lluvia que cae, o de esas palabras de amor que no se dicen por que no tienen palabras.
El “Gran Hermano Siglo XXI” ya no está aquí y podemos entonces tratar de conciliar el sueño
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