General Carlos Julio Peñaloza
20 Abril, 2012
***La historia de un juez que sabe demasiado y que decidió entregarse al enemigo –Estados Unidos- antes que sufrir la misma suerte que Danilo Anderson.Eladio Aponte Aponte está haciendo todo lo posible para no terminar en el paredón como el general cubano Arnaldo Ochoa, prominente general cubano fusilado en 1989 al ser acusado de traición por Fidel Castro, pese a contar con un palmarés impresionante. Los dos fueron acusados de tráfico de drogas, pero Aponte prefirió entregarse a la DEA al enterarse que Fidel lo había condenado a correr la misma suerte. Estamos ante un ajuste de cuentas entre maleantes como en los tiempos de Al Capone.
En 1989, Fidel le montó una “olla podrida” a Ochoa acusándolo de corrupción, tráfico de armas, diamantes, marfil y cocaína. Ochoa era una bomba ambulante y no debía hablar. Por ello tenía que morir siendo fue fusilado sumariamente llevándose sus secretos a la tumba.
Eladio Aponte es un modesto militar venezolano que jamás ha estado en combate pero ahora lucha por su vida. Antes de ir a la EFOFAC fue un conocido tirapiedras comunista en el Liceo Martin J. Sanabria de Valencia. Gracias a la activa organización de infiltración militar existente logro hacerse cadete. Se graduó de oficial y luego de abogado. A partir de alli empezó a comandar escritorios como un funcionario de la justicia militar. Pronto su currículo se vio salpicado por acusaciones de procesos judiciales amañados y sentencias ácidamente criticadas. Estas denuncias le dieron brillo ante los ojos de los narcotraficantes quienes vieron en él buen potencial para sus negocios. En los años 80, estando en Valencia como juez militar en esa guarnición, entró en contacto con el cartel de la droga regentado por un grupo de “prósperos” comerciante árabes valencianos, quienes debían su bonanza a la droga y al lavado de dinero. Para ellos la protección militar era indispensable y estaban dispuestos a pagar. Pronto el general de brigada (GNB) Luis Felipe Acosta Carlés, gobernador del Estado Carabobo, y el general de brigada (Ej) Cliver Alcalá Cordones, comandante de la Brigada Blindada, se unieron a ese combo junto con Aponte. Con el tiempo, la luna de miel entre los generales finalizó. Aponte, por ser de la Guardia, se cuadró con el ex gobernador de Carabobo y con Makled. Para entonces la mafia en el Ejercito había decidido saltar a Makled y tomar directamente el control de la operación. Entonces Makled decidió vengarse.
En noviembre del 2005 llego la hora del desquite. Alguien alertó a la policía local y un camión cargado de cocaína de la banda rival a Makled fue capturado cerca del fuerte del Ejército de Carora. El chofer del vehículo resultó ser un conductor del Ejercito primo del general Henry Rangel Silva, entonces jefe del SEBIN. El general Alcalá alegando que Carora estaba dentro de su jurisdicción pidió que le enviaran al conductor detenido de nombre Héctor Rincón Rangel. Este individuo, junto con el camión que transportaba la droga y su respectivo cargamento fue enviado a Valencia y nunca mas se supo del cargamento. Posteriormente los presos fueron dejados en libertad en un juicio en el cual Aponte fungió de juez cediendo a presiones de muerte. Los complicados en el Ejercito sabiendo que lo ocurrido se debió a una delación decidieron vengarse. Posteriormente, cerca de El Sombrero, aparecieron 1500 kg de cocaína en una finca de un amigo de Acosta Carles. Alcalá fue el acusador y relacionó a su rival Makled con el caso. Acosta respondió diciendo que Clíver se los había sembrado. La guerra de los narco soles había estallado públicamente, pero Chávez ocupado en otras cosas siguió apoyando a Aponte pese a los informes negativos de Alcalá.
En Valencia, Aponte y Acosta entablaron entrañable amistad con el narcotraficante Walid Makled. En los años siguientes Acosta empezó a otorgar favores al libanes a cambio de dólares, otorgándole entre otras menudencias sendos carnets que lo identificaban como comisionado de las dependencias que dirigía. Esta infracción leve se convierte en delito capital cuando se entregan ilegalmente credenciales a conocidos traficantes de drogas. Por allí comenzó Aponte a navegar el proceloso océano del comercio de estupefacientes, haciéndose parte del mismo al saber demasiado del espinoso tema.
En esas andanzas, el magistrado conquistó amistades poderosas y antagonistas muy peligrosos. Sus mecenas en el gobierno lo llevaron primero a convertirse en el fiscal militar implacable contra los conspiradores del golpe del 11 de abril y los militares de la Plaza Altamira. Estos “méritos” como Robespierre chavista lo catapultaron al Tribunal Supremo de Justicia sin reunir los requisitos mínimos para ese alto cargo. Al llegar al TSJ, la Doctora Luisa Estela Morales lo nombró presidente de los Circuitos Judiciales Penales de Caracas, Zulia y Nueva Esparta. En ese cargo, empezó a cambiar jueces y dictar sentencias en casos de narcotraficantes del cartel liderado por Makled. Sus enemigos lo quieren bajo tierra, porque el lucrativo negocio de la cocaína es mortal y porque Aponte al igual que el general Ochoa, sabe demasiado.
Hace varios meses la inteligencia norteamericana se enteró que el G2 cubano había descubierto en el puerto de La Habana un gigantesco cargamento de cocaína en las bodegas de un supuesto buque tipo “Tango” de la Armada venezolana. Al verificar el fondeadero de esos buques en Puerto Cabello, se confirmó que faltaba uno y los satélites lo detectaron en Cuba. Fidel había tomado personalmente cartas en el asunto porque no había sido informado previamente y se preocupó al enterarse que el Capitán venezolano Jesús Aguilarte Gámez era el contacto del cargamento en Cuba. Secretamente envió esta información a Venezuela, exigiendo investigar el hecho. Las averiguaciones indicaron que entre los sospechosos por el affaire del buque estaba Aponte, aunque no era el único ni el más importante. Pronto llegó la orden sumaria: el magistrado debía salir de juego. De inmediato, se instaló el Consejo Moral Republicano para conocer el caso y se encontró culpable al indiciado por el delito “trivial” de entregar un carnet. Rápidamente, la Asamblea Nacional aprobó por unanimidad la remoción del magistrado, haciendo innecesario el antejuicio de mérito. La Fiscala General Luisa Ortega Díaz anunció el inicio de las averiguaciones de rigor y la justicia revolucionaria comenzó la marcha para “fusilar moralmente” a Aponte, haciéndole perder credibilidad a sus delaciones.
En el proceso Aguilarte fue llamado a Venezuela, donde siendo asesinado en Maracay. En su remplazo fue enviado el general Hugo Carvajal (a) El Pollo, el ex jefe de la DISIP. Tras bastidores quedaba toda la inmundicia del barco sorprendido in fraganti en La Habana y otras menudencias donde Aponte era apenas un humilde miembro del reparto. Al destituirlo, el Consejo entregó a Chávez la cabeza del supuesto infractor, dejando impunes a los “grandes” tras bastidores. Lo único que faltaba en esta tragicomedia era acusar a Aponte de traidor. A los creadores de esta habilidosa jugada les salió el tiro por la culata.
Ante esta acción Aponte presenta su renuncia al TSJ, pero su jugada no es aceptada. Al verse perseguido, decidió huir a Costa Rica para salvar su vida. Allí, cuando estaba a punto de ser secuestrado por un grupo integrado por miembros del G2 cubano y militares venezolanos, el fugitivo resolvió entregarse a la DEA antes que lo mataran. Algún día conoceremos el resto de la historia. Por ahora, al menos sabemos la clase de criminales que este régimen oprobioso ha puesto a dirigir la justicia y la forma como ilegalmente la manipula. Como diría Fidel, “la justicia tarda, ¡pero llega!”
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