CARLOS
BLANCO
El colosal desastre actual, sin empuñadura por donde asirlo, da la
impresión de ser un caos permanente, potenciado hasta la exasperación. Parece
que el estado de bochinche supremo y de hiperestesia fuese algo incompatible
con un cierto equilibrio. No es así. Bajo el imperio chavista, incluida esta
etapa final marchita y ultracorrompida, se ha ido varias veces desde el orden
al desorden y de nuevo al orden; de la estabilidad a la fragilidad, una y otra
vez, y esto explica por qué ha estado a punto de melcocha varias veces y por
qué se ha recompuesto otras tantas; sin que esto prejuzgue sobre lo que ha de
venir.
A la mirada estrecha y adocenada, las rebeliones habidas en estos años
han sido “aventuras” fallidas; sin tomar en cuenta –o desechando– que un cambio
radical es posible cuando se pasa de un cierto orden a un desorden, de la
armonía al caos. En el filo de ese tránsito los cambios radicales pueden –digo,
pueden– tener lugar. Si no ocurren en ese momento, viene una nueva estabilidad
aunque sea precaria.
El bachaqueo ilustra este vaivén. El desastre económico condujo a la
escasez; la escasez a crecientes niveles de desesperación por las colas y las
migraciones de un sitio a otro para conseguir lo inexistente; ese caos podía
conducir, como ocurrió varias veces, a disrupciones violentas. Poco a poco se
le sobrepuso un orden: desde el gobierno se inventaron variedades de
racionamiento; y desde la sociedad civil la imposición de una nueva profesión,
la del bachaqueo: un orden nuevo sobrepuesto al desorden de la escasez.
Así ocurre con la inseguridad. La desprofesionalización de las policías
y la creación de los grupos paramilitares, así como el enaltecimiento del
malandraje como tributo a la pobreza que supuestamente lo producía, generó el
caos. Luego, los colectivos, la policía y los guardias nacionales coludidos
instauraron un orden rojo en las calles que no combatía el crimen sino a la
oposición. Se desataron los asesinatos al por mayor. El gobierno intenta
controlar el caos que ha generado en 16 años, pero lo que emerge es un caos
mayor en el cual muchos colectivos, malandros, pranes y policías no pertenecen
a bandos opuestos sino que son parte de la misma úlcera que deshace el tejido
social. Germina un orden instaurado por el crimen en barrios, prisiones y pueblos
del país.
El Orden Malandro no
está destinado a durar. Vendrá una nueva crisis. No es cierto que los
ciudadanos no volverán a salir a la protesta; lo hacen a diario y en una de
esas idas y venidas se producirá el tsunami y la salida del régimen.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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