Fernando Mires
La leí no me acuerdo donde. Puede que haya sido en un Twitter. La frase decía así: “El día 6 de Diciembre, si todos los venezolanos votamos, recuperaremos nuestra dignidad”. Una frase más de las tantas que uno lee a diario. Sin embargo, pensé, ésta dio en el hueso del problema. Cabía entonces preguntarme el porqué, una pregunta que no podía responder sin hacerme otra: ¿qué es la dignidad?
La dignidad —digámoslo como punto de partida— no es un atributo: la dignidad reside en la propia condición humana. En ese punto están de acuerdo juristas y filósofos: la dignidad es la dignidad de ser. Eso quiere decir que por el solo hecho de existir somos dignos. La dignidad, por lo tanto, no se pierde. O, tal vez, sólo se pierde con la muerte, pues no hay muertos dignos ni indignos. Luego, la dignidad no es ni siquiera un derecho: es, antes que nada, una propiedad del ser.
El derecho sólo cumple la función de asegurar la dignidad. Eso quiere decir: la instituye pero no la crea. La dignidad precede a todo derecho. Más aún: si no hubiera dignidad, no habría derecho.
“Recuperaremos nuestra dignidad” dice la frase citada. ¿Cómo se puede recuperar algo que se tiene? ¿Una contradicción? No, no lo es. Me explico: si bien la dignidad es inherente al ser, ese ser existe en relación con los demás. El otro —lo han dicho casi todos los filósofos— es la condición del yo.
Sólo somos en la medida en que nos reflejamos en los ojos de los demás. La dignidad, para que aparezca, pasa por el “reconocimiento del otro”. Por eso la dignidad de ser requiere del reconocimiento del mismo modo que la vista requiere de la claridad. Lo mismo sucede con la dignidad: no basta que exista. Es necesario que se vea. No sin razón Hegel afirmó que la historia es la historia de “la lucha por el reconocimiento”. Podría haber dicho es la lucha por la dignidad y habría sido lo mismo.
¿Se entiende el sentido de la frase? Recuperar la dignidad a través de un triunfo electoral será notificar al gobierno que la oposición venezolana existe, pero no como multitud, sino como poder. En otras palabras: el poder que el gobierno mantiene será dividido en dos. A partir de ese momento, el gobierno no podrá seguir actuando como si la oposición no existiera. El gobierno deberá compartir el poder con una oposición que existe pero finge ignorar.
En cierto sentido, el triunfo de la oposición restituirá la dignidad política al propio gobierno pues este, en el marco de un espacio político dividido, será obligado a actuar si no de modo democrático, por lo menos no dictatorial.
La dignidad es la dignidad de ser, pero el ser debe ser reconocido para ser. Las elecciones del Diciembre venezolano se sitúan, por esa razón, como un eslabón en la larga cadena de las luchas por el reconocimiento. Ese reconocimiento, hoy negado a la oposición, será un reconocimiento político. Pero para que sea político requiere ser existencial, no para la oposición –la oposición sabe que existe- sino para un gobierno que niega la existencia de esa oposición.
La dignidad, repitamos, es la dignidad de ser. Pero el ser no es un espíritu, es un cuerpo. Gracias a la dignidad, el cuerpo será transformado en un cuerpo ciudadano del cual el régimen no podrá más disponer como lo hace con los políticos que mantiene en sus prisiones. O como los cuerpos obligados a hacer largas colas para encontrar un alimento que escasea solo por razones ideológicas.
Si la oposición toma en cuenta el sentido histórico de las próximas elecciones tendrá lugar en Venezuela una épica que sobrepasará al acto heroico, a la inmolación inútil y a la frase marmórea.
Naturalmente, el régimen hará lo imposible para no recobrar su dignidad en aras de un poder al que intentará aferrarse por todos los medios posibles, e incluso por los imposibles. La propia experiencia venezolana muestra, sin embargo, que cada vez que la posición ha ido unida, movilizando todas sus fuerzas y vigilando los votos en cada centro de votación, ha logrado resultados positivos e incluso triunfos resonantes, como los conseguidos por Capriles en Miranda.
El único medio digno de acceder al poder es el voto. Todos los otros medios, aunque sean posibles –y en Venezuela no hay otro posible- si ponen en juego una sola vida humana, son indignos.
La frase decía así: “El día 6 de Diciembre, si todos los venezolanos votamos, recuperaremos nuestra dignidad”. Pero, evidentemente, no solo basta votar. La tarea que tiene por delante la oposición unida será la de crear un movimiento nacional que trascienda a lo electoral pero sin que nunca pierda su carácter electoral. El voto, a fin de cuentas, es la dignidad del ciudadano.
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