Maduro no sabe. Cree que sabe y no sabe. Pero peor: no sabe que no sabe. No entiende lo que hacen los ciudadanos. Imagina conspiraciones. En las noches insomnes delira sobre la traición. Va a un acto en la Academia Militar rodeado de guardaespaldas de ignota nacionalidad. No comprende cómo los estudiantes llaman a un trancazo nacional y el país se paraliza. Y las balas, los tanques de guerra y los generales estilo Padrino López no le dan respuesta.
Maduro no sabe. Podría parecer un desafío al buen gusto, al conocimiento y a la lógica elemental, plantearse un tema como este, cuando se conocen las múltiples carencias intelectuales, actitudinales y afectivas del sujeto en cuestión. Está como ido. No percibe algo fundamental: el grado de determinación que tiene la sociedad venezolana hoy empeñada en el propósito de lograr su salida del poder.
Es posible que Maduro no entienda cabalmente su situación. Dedica una parte esencial de sus esfuerzos –aquellos que debería emplear en pensamiento estratégico– en ocultar su nacionalidad originaria. Es evidente que no poder decir dónde nacieron él y sus padres, y volverse un ocho explicando que nació en cuatro sitios diferentes al parecer en la misma fecha, es la tragedia de las mentiras. Pero hay más, Maduro ha vivido su vida –salvo el feliz período de Cúcuta– en una burbuja doctrinaria; primero, en la intoxicación ideológica criolla y después en la de los buenachos criminales de La Habana, hasta ser depositado por estos en las axilas de Chávez. No comprende a los venezolanos. No sabe de qué pasta están hechos. No sabe hasta dónde están dispuestos a llegar.
Maduro se enfrenta a la oposición democrática, a los dirigentes, a los periodistas, a los que escriben, a los que aparecen en las redes; no asume que su enemigo fundamental e irreversible es el ciudadano común que lucha por lo que muchos dirigentes todavía no logran entender y que ha hecho cuerpo en la calle: la libertad. Lo que hay en las marchas, trancas, en el asfalto, es la irrevocable decisión de ser libres. Maduro ofrece neveras, dinero, apartamentos y automóviles y no puede asumir que tiene que irse porque representa las cadenas que oprimen al pueblo por voluntad del imperio cubano.
Hemos visto el arrojo sin medida de los jóvenes/niños de esta lucha y su descomunal sacrificio. A su lado o más atrás, todas las edades y todas las proveniencias sociales que expresan la decisión de una nación que quiere lanzar el yugo que las mafias criminales le han impuesto.
Un pueblo glorioso –el venezolano– está en las calles
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