EL UNIVERSAL
miércoles 6 de marzo de 2013 02:17 AM
El teniente coronel Hugo Chávez Frías se dio a conocer a Venezuela y al mundo de la manera más dramática y trágica: un golpe de Estado fallido, con su respectiva carga de violencia y muerte. Apareció ante las cámaras y asumió la responsabilidad de los cuestionables hechos y con su famoso "por ahora" comenzó a tejer una leyenda que ahora pasa a otro plano.
La fuerza justiciera del movimiento militar, con un buen número de civiles bajo cuerda, que estremeció al país el 4 de febrero de 1992, avanzó entre el descontento de la gente y la fuerte corriente antipartidos. En poco tiempo los militares alzados pasaron de la cárcel a las tribunas políticas y con un discurso más coherente, civilista y reformador, alcanzaron la mayoría que los llevó al poder con Chávez a la cabeza.
Pero el ejercicio del gobierno, con un estilo polarizador, sectario y agresivo con sus adversarios, generó la división del país en prácticamente dos grandes sectores: el chavismo, a secas, y la oposición democrática. Poco a poco el oficialismo tomó formas y contenidos de izquierda, muy influenciado por Fidel Castro y su hermano Raúl, para tornarse definitivamente en una corriente abiertamente anti norteamericana en lo externo y adversa a los principios del libre mercado, la competencia y a la libre empresa.
El presidente de Venezuela por 14 años, Hugo Chávez, entra en la historia. Y, todo indica que se cierra un ciclo, que termina el talante extremadamente personal de la llamada revolución bolivariana. Se abre la etapa del chavismo sin Chávez y, tal vez, si la madurez de un pueblo en trance de cambios y en medio de grandes turbulencias lo permite, se pueda construir la gran oportunidad para retomar planes y proyectos necesarios y viables para apuntar a un mejor horizonte, con esperanzas renovadas y consensos generadores de paz y progreso. La historia apenas comienza.
Puede ser el momento de reescribirla. Y, esta vez, hacerlo mejor.
La fuerza justiciera del movimiento militar, con un buen número de civiles bajo cuerda, que estremeció al país el 4 de febrero de 1992, avanzó entre el descontento de la gente y la fuerte corriente antipartidos. En poco tiempo los militares alzados pasaron de la cárcel a las tribunas políticas y con un discurso más coherente, civilista y reformador, alcanzaron la mayoría que los llevó al poder con Chávez a la cabeza.
Pero el ejercicio del gobierno, con un estilo polarizador, sectario y agresivo con sus adversarios, generó la división del país en prácticamente dos grandes sectores: el chavismo, a secas, y la oposición democrática. Poco a poco el oficialismo tomó formas y contenidos de izquierda, muy influenciado por Fidel Castro y su hermano Raúl, para tornarse definitivamente en una corriente abiertamente anti norteamericana en lo externo y adversa a los principios del libre mercado, la competencia y a la libre empresa.
El presidente de Venezuela por 14 años, Hugo Chávez, entra en la historia. Y, todo indica que se cierra un ciclo, que termina el talante extremadamente personal de la llamada revolución bolivariana. Se abre la etapa del chavismo sin Chávez y, tal vez, si la madurez de un pueblo en trance de cambios y en medio de grandes turbulencias lo permite, se pueda construir la gran oportunidad para retomar planes y proyectos necesarios y viables para apuntar a un mejor horizonte, con esperanzas renovadas y consensos generadores de paz y progreso. La historia apenas comienza.
Puede ser el momento de reescribirla. Y, esta vez, hacerlo mejor.
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