Editorial El Nacional
Excelente la nota que ayer envía profesionalmente la agencia Efe sobre la manera en que los militares “celebran” (las comillas son nuestras) los 28 años de esa matanza militar ejecutada por quienes hoy la reivindican como una revuelta popular y que ayer, casualmente y para desgracia del ministro de la Defensa, contiene más mentiras que todas las utilizadas para justificar por el expresidente Bush la invasión a Irak.
Y es que los extremos se tocan, y es cuando los militares que carecen de una visión “histórica” y son “inmediatistas”, dicen lo que la maquinaria de propaganda de su propio gobierno los pone a decir, haciendo el papel de bobos, cuando en verdad la propia organización militar es eficiente, envía y elabora informes que permiten percibir hacia dónde corren las energías positivas o contrarias en medio de las corrientes políticas, y cuán peligrosas o simples son esas amenazas, si se les debe tomar en cuenta de forma frontal o manejarlas incursionando en sus divisiones internas y su aspiraciones de hegemonía.
Pasando por encima de las imbecilidades del gobierno de la época, embobado en una artificial aprobación popular, los militares y ciertos grupos de la izquierda derrotada por las propias fuerzas armadas decidieron darle cuerpo a una vieja aspiración golpista que anidaba en la FAN desde tiempo atrás. Quienes habían participado en los sangrientos intentos golpes de los años 60 (Carúpano y Puerto Cabello) insistieron, a pesar de las derrotas, en avivar la aspiración de ciertos sectores empresariales para propiciar una salida cívico militar.
Desde luego el remedio iba a ser peor que la enfermedad. Imaginaron que el Caracazo era una rebelión popular, demostrando de paso que el oportunismo cegaba su mirada, que aquello era, más que un estallido social, una seria señal de inconformidad frente a un proyecto gubernamental que no calaba en los sectores populares, que era incomprendido y rechazado en su formulación.
La reacción popular fue contra aquello que se les negaba, contra las restricciones y la rebaja en su nivel de vida, en descubrir que los nuevos gobernantes no iban a satisfacer sus ansias populistas de mantener los subsidios y controlar la relativa comodidad social que habían adquirido. Recordemos que ninguna de las sedes de los partidos fueron atacados, nadie se acercó a ellos.
Recordemos además que la represión de los saqueos hubo que quitárselas a la Policía Metropolitana porque igual se unían a la gente del pueblo que sentía que un mundo le estaba cerrando las puertas, el mundo burocrático, mientras desde afuera el Ejército era traído de varias partes del país para fortalecer la ciudad incendiada.
Hubo que habilitar con luces de emergencia el aeropuerto de La Carlota para que se recibiera refuerzos del interior que, finalmente, terminaron siendo un problema ya que sin conocer la ciudad y ni tener objetivos concretos mataron a más gente que un ejército enemigo.
El general Padrino no debería generalizar sobre lo que desconoce, debería confirmar tantas cosas que ocurrieron en el terreno y que él no sabe, pero que los periodistas que él odia sí sabemos porque estuvimos en los sitios de los hechos. Así de machos.
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