Monday, February 27, 2017

John Carlin: Las vacas locas de Trump

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EL FACTOR HUMANO

La eliminación del deseo de distinguir entre la verdad y la mentira tiene
su origen en Rusia, donde la enfermedad lleva siglos incubándose.

John Carlin
El País
Febrero 19, 2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/02/19/actualidad/1487529692_480
123.html

“El espíritu de Rusia es el espíritu del cinismo”.
Joseph Conrad, escritor, en 1911

Dos vacas están conversando en un campo.
—Has oído hablar de la enfermedad de las vacas locas.
—Sí, claro.
—A mí me tiene muy preocupada.
—A mí no.
—¿Cómo que no?
—Soy un conejo.
El chiste apareció en un diario inglés hace unos 15 años, cuando reinaba el
temor de que la enfermedad vacuna iba a acabar con media humanidad. Los
titulares en Reino Unido, donde aparecieron los primeros casos, chillaban
que “millones” iban a morir. El Gobierno británico ordenó el exterminio de
cinco millones de reses, el consumo europeo de carne se desplomó y los
ganaderos vivieron una pesadilla: murieron más de ellos en Reino Unido a
causa del suicidio que de la tan temida enfermedad cerebral.
Superada la histeria, hablé con John Adams, un profesor del University
College London especialista en riesgos. Me dijo que el pánico que se había
generado no provenía de la ciencia y había sido absurdamente innecesario.
“Acaba siendo una cuestión no de verdad objetiva, sino de lo que uno cree”.
Todo lo cual nos remonta a la enfermedad cerebral mucho más dañina,
contagiosa y real que nos aflige hoy, la que ha eliminado la capacidad o
incluso el deseo de decenas de millones de distinguir entre la verdad y la
mentira. La podríamos definir como la bovinización del ser humano y tiene su
origen esta vez no en Reino Unido, sino en Rusia, donde la enfermedad lleva
siglos incubándose.
Reino Unido fue, sin embargo, el primer país de Occidente al que se extendió
la plaga, también conocida como la campaña por el Brexit, a mediados de
2016. De ahí saltó a Estados Unidos, lanzando a 63 millones de sus habitantes
a la locura de elegir a Donald Trump como presidente, y ahora se presenta el
riesgo de que la población francesa sea la siguiente víctima con la posible
victoria de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de mayo.
Los rusos no patentaron el engaño como instrumento de poder. Pero desde
hace siglos, mucho antes de la revolución bolchevique, lo utilizan como
lubricante de la máquina estatal. En 1787, la emperatriz Catalina la Grande
conspiró en la famosa mentira de los pueblos Potemkin, las fachadas falsas
colocadas por uno de sus súbditos para disimular la pobreza de la recién
conquistada Crimea. Joseph Conrad, el novelista polaco que escribía en
inglés, habla en un libro de 1911 del “casi sublime desdén por la verdad” del
Estado ruso. De Stalin ni hablemos y en cuanto al actual autócrata Vladímir
Putin, la mentira es un hábito, un ejemplo entre muchos de los cuales fue
negar la flagrante participación militar rusa en la recuperación imperial de
(una vez más) Crimea en 2014.
Peter Pomerantsev, un británico hijo de emigrados rusos, publicó un libro en
2015 sobre la Rusia de Putin titulado Nada es verdad y todo es posible.
Cuenta ahí con lujo de detalle, tras diez años trabajando como productor de
televisión en Moscú, cómo el Kremlin fabrica la realidad. Falsos partidos de
oposición legitiman una falsa democracia con un sistema judicial falso y un
aparato mediático que disemina falsas noticias, todo con el propósito de
perpetuar en el poder a un Estado policial de facto en el que los opositores
de verdad son amenazados, encarcelados o, en casos extremos, asesinados.
Nada de lo cual ha impedido que Putin, un Stalin lite, sea santo de la
devoción tanto de Donald Trump, como de Marine Le Pen, como de Nigel
Farage, el artífice de la victoria del Brexit en el referéndum de junio del año
pasado. Admiran su cinismo. Trump llegó al extremo durante su campaña
electoral de animar al régimen ruso a filtrar información negativa sobre su
rival, Hillary Clinton, consigna que los ciberguerreros al servicio de Putin
pusieron en práctica, según han constatado todos los servicios de inteligencia
de EE UU.
Tras la avalancha de alegaciones que el FBI investiga de colusión entre los
rusos y la campaña de Trump para influir en el resultado electoral de
noviembre, hay quienes proponen que el nuevo presidente de EE UU es un
títere colocado en la Casa Blanca por Moscú. Eso es ciencia ficción. Pero lo
que sí ha acabado ocurriendo en el mundo real significa un triunfo no soñado
para Putin contra el antiguo enemigo.
El mundo político de EE UU ha sido rusificado. A la mitad del pueblo
estadounidense le es irrelevante hoy si las declaraciones que provienen del
Ejecutivo son mentira. Han abandonado la razón por la fe y, como ganado al
matadero, se dejan engañar alegremente por el presidente y sus compinches.
Masha Glessen, una periodista nacida en Rusia, escribió en The New York
Review of Books: “La mentira es el mensaje. No es solo que Putin y Trump
mienten, es que mienten de la misma manera y con el mismo propósito:
descaradamente, para imponer el poder a la verdad”.
Línea de combate
¿Qué hacer? A diferencia de Rusia, EE UU afortunadamente tiene sus
anticuerpos institucionales, entre ellos el Congreso, los jueces y la prensa,
que huele la sangre de un nuevo Watergate. En Francia y también en
Alemania existen similares mecanismos de defensa y han tomado la
precaución preelectoral de montar sistemas para neutralizar la ya visible
campaña de desinformación cibernética rusa.
Pero en EE UU Trump ya ganó; medio país ha sido infectado por el virus de
“los hechos alternativos”, según la curiosamente cándida definición de la
consejera y exjefa de campaña de Trump, Kellyanne Conway. Ahora toca
luchar para que la enfermedad que tantos cerebros ha carcomido no migre y
se instale en la médula del sistema político.
La llamada prensa tradicional estadounidense está en la primera línea de
combate. Por eso fue que en uno de sus infames tuits el comandante, troller
en jefe y mentiroso en serie de la nación identificó el viernes a The New York
Times, a NBC, ABC, CBS, CNN y otros como “los enemigos del pueblo
americano”. La batalla está servida. En juego está la democracia de George
Washington y Abraham Lincoln, ambos de los cuales fueron presidentes de
verdad. Donald Trump no lo es. Ni siquiera es un conejo. Es una vaca loca.

John Carlin (Londres, 1956) Es un escritor y periodista
británico, hijo de padre escosés y madre española. Pasó los
tres primeros años de vida en el Norte de Londres, para
trasladarse posteriormente a Buenos Aires, ya que su padre
fue destinado a la Embajada Británica en dicho país. De
regreso a Inglaterra fue educado en un internado de Ludlow
(Shropshire) y cursó posteriormente estudios de Lengua y
Literatura Inglesa en la U. de Oxford. Su actividad
profesional se ha centrado en política y deporte. Su libro
Playing the enemy (en castellano titulado El factor humano),
publicado en 2008, tuvo gran aceptación entre el público y la
crítica literaria. La película Invictus, estrenada en 2009, se
inspiró en esta obra de Carlin. Buena parte de la obra de
Carlin ha versado sobre la política de Sudáfrica, lo que le
llevó a forjar una buena relación personal con Nelson
Mandela, presidente de Sudáfrica entre 1994 y 1999. En una
entrevista realizada en 1998, Mandela dijo sobre él que "lo
que tú escribiste y la forma de desempeñar tus labores en
este país fueron absolutamente magníficas, era
absolutamente inspirador. Has sido muy valiente diciendo
cosas que muchos periodistas nunca hubieran dicho."
Mandela escribió la introducción del libro de Carlin en
español Heroica Tierra Cruel publicado en 2004.
Carlin ocupó el cargo de corresponsal jefe del diario The
Independent en Suráfrica entre 1989 y 1995. En 1993
escribió y presentó un documental para la BBC sobre la
tercera fuerza sudafricana, su primer trabajo en televisión.
Entre los años 1995 y 1998 fue destinado como corresponsal
jefe en Estados Unidos para el mismo diario. En 1997
escribió un artículo titulado "A Farewell to Arms" (Adiós a las
armas) para la revista Wired que trataba sobre la guerra
informática. Este artículo sirvió de base para el guion de la
fallida película de 1999 WW3.com. Aunque no llegó a ver la
luz, otra película, Live free on Die Hard lanzada en 2007,
retomó las ideas del artículo de John Carlin. En 2000 Carlin
ganó el Premio Ortega y Gasset otorgado por el periódico
español El País por un artículo en este mismo diario. Entre
2004 y 2008 trabajó como escritor senior en El País. En
octubre de 2010 el diario El País publica que John Carlin está
preparando un relato sobre el tenista Rafa Nadal. El autor
dijo que no será una biografía y explicó su interés por el
deportista: "alguien que ha redefinido el tenis: con su fuerza
y generosidad en las pistas, pero también por ese entorno
familiar envidiable; esa mística de familia unida y gente
fuerte me fascina".

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