Ramón Hernández
En 1814 no existía la edificación que desde 1901 ha sido con altibajos e inconsecuencia la sede el gobierno venezolano, y mal podía José Tomás Boves instalarse en el Salón de los Espejos a examinar con su oficialidad los planes y estrategias para alcanzar a Simón Bolívar que había huido a oriente, en una desfachatada emigración que costó tantas vidas y calamidades. Las huidas son derrotas, no simple acumulación de fuerzas para el próximo combate.
El 8 de febrero, tres días después de la derrota del patriota Campo Elías en La Puerta, el Libertador, firmó en Valencia, dentro de los parámetros del Decreto de Guerra a Muerte, la orden de pasar por las armas a los realistas presos: más de 800 canarios que permanecían en las bóvedas de la comandancia de La Guaira y en el hospital. Temían que se sublevaran y se adelantaran a Boves y desmantelaran la república sin misericordia alguna.
En sus 15 días en Caracas Boves no fue tan salvaje como en Valencia, se limitó a hacer uso del poder y designarse «Comandante General del Ejército Español». Dejó a Juan Nepomuceno Quero y al marqués de Casa León como autoridades y siguió a oriente a su cita con la muerte en Urica, mientras personajes como el zambo Palomo, despreciable por sus obras y costumbres, ofrecía protección a las mozas y viudas. En donde fuera que el asturiano se reuniera con su tropa nunca preguntó si quienes quedaban en Caracas contaban con comida, si había médicos. Su preocupación era cuánto podía obtener en oro y joyas, en multas, secuestros y exacciones para que su tropa tuviera motivos para no abandonarlo y serle fiel.
En 1814 no se jugó carnaval con agua en la capital, ni se lanzaron huevos. Había demasiado miedo en la calle. Las ejecuciones eran a diario y sin clemencia; ni todavía se le consideraba una fiesta oficial, eso empezó 1873, con Antonio Guzmán Blanco, que siempre supo cómo meter la mano en la caja del pan.
El anuncio se oyó desde Radio Miraflores, en La Hora de la Salsa: Se destinarán 695 millones de bolívares para celebrar las carnestolendas, se obtendrán de los secuestros tributarios. No importa cuánto cueste un papelón, un cuarto de café y otro de quinchonchos. No hay. Tampoco carne, penicilina ni aspirinas. Manda el Rey Momo. Vendo machete y guayuco.
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