La soberanía popular reside temporalmente en Nicolás Maduro, válgame Dios, de acuerdo con una reciente y cortesana sentencia del TSJ. Por consiguiente, puede convocar la Constituyente cuando le parezca. Si la soberanía popular tiene como domicilio ahora la voluntad de Nicolás Maduro, él puede hacer con ella lo que más le convenga. El TSJ no le ofrece domicilio permanente a la soberanía popular, ciertamente. De momento la pone a vivir dentro del pellejo del dictador, para que la conduzca por el camino que le parezca adecuado. Nicolás Maduro es ahora la voluntad general. ¿Oíste, Rousseau? Hasta los malhechores tienen imaginación para torcer el equilibrio de los poderes.
Sin mayores conocimientos de derecho público, sin ser lector de códigos antiguos y modernos, sin saberse de memoria las Constituciones que en el mundo han sido, no advierte este editorialista una novedad más trascendental en los anales de la historia universal, mayor aporte a la teoría política. La soberanía reside en el pueblo desde que se consideró que la base de los asuntos públicos se encontraba en la voluntad de la mayoría de quienes se interesaban en su marcha.
Un vistazo de los anales clásicos, de esas directrices nacidas en Grecia y Roma para el establecimiento de unas repúblicas cuyo objeto esencial es la búsqueda y la protección de la libertad, colocaron la base de las decisiones en el parecer del pueblo congregado en plaza pública, y más tarde, cuando el crecimiento demográfico lo impone, en asambleas adecuadas para el caso. En ellas el pueblo delega la custodia de sus intereses en un conjunto de representantes, tan heterogéneo como los intereses que deben custodiar.
¿Por qué? Porque la voluntad popular sabe que tiene un colosal enemigo, un adversario que la asfixiará cuando tenga oportunidad: el cesarismo. La lucha de la voluntad popular contra César es la esencia de la vida republicana a través del tiempo. “El cesarismo debe ser sepultado” es la consigna de la soberanía popular desde el primer momento de su existencia. César es la encarnación del capricho y la herramienta fundamental de la arbitrariedad, independientemente del nombre que tome en diferentes realidades y de la máscara que use de acuerdo con las circunstancias.
Puede resumirse en Cayo Julio, o en Napoleón, en Mussolini, en Guzmán Blanco o en cualquier tiranuelo tropical del siglo XX y del siglo XXI. Pues bien, el TSJ ha resuelto que ahora la soberanía resida en uno como ellos, aunque más gris y mediocre, llamado Nicolás Maduro.
Pero, como el TSJ sabe que ha incurrido en un disparate monumental, en una demasía contra la esencia del republicanismo, en un escándalo digno de las estatuas ecuestres, ha dictaminado que Maduro sea solamente un hogar temporal de la soberanía.
El asunto es por un rato, es un por ahora, es un mientras tanto que no durará mucho porque después el bueno de Nicolás la devolverá a su lugar de origen, es decir, de nuevo al pueblo convertido en Asamblea Constituyente.
No imaginábamos que, en su papel de dependiente servicial de un dictador, el TSJ iba a estrenar una agencia de viajes y mudanzas cuyo pasajero, o cuyo único mueble, es la soberanía popular.
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