En: http://www.lapatilla.com/site/2012/08/09/vladimiro-mujica-el-fraude/
Vladimiro Mujica
El movimiento democrático debe estar listo para lidiar con la posibilidad de la trampa electoral sin paralizarse. La propagación reiterada de la idea que busca convencer a la gente de que el voto no es secreto, es irrefutable
La posibilidad de fraude en un proceso electoral es uno de los asuntos más corrosivos que enfrenta cualquier liderazgo político. De hecho, el tema del fraude va mucho más allá del propio grupo dirigente y se convierte en un tema de máximo interés para la sociedad en su conjunto porque su existencia real, o la mera sospecha de su existencia, trae consigo un estado de incertidumbre intoxicante acerca de la validez de un proceso esencial para garantizar la alternabilidad democrática.
En la inmensa mayoría de los casos el fraude es cometido por quienes tienen el poder, los medios y el control para hacerlo. Por supuesto, ello no significa que con frecuencia no se acuse a los grupos opositores a los gobiernos de turno de fraguar un fraude porque, en definitiva, el fraude electoral es un arma política y de control social y su uso está determinado no solamente por la verdad de los hechos sino por la percepción de la gente sobre los mismos.
La sospecha de fraude es tan o más importante que el fraude mismo porque genera la convicción en la gente de que todo cambio democrático es imposible porque los poderosos controlan los resultados electorales. En un clima de sospecha generalizada de trampa, se favorece la posición de quienes argumentan que solamente salidas violentas o de facto son posibles para remover a una tiranía en el poder.
Uno podría argüir que eso fue lo que ocurrió en el caso de la República Dominicana de Trujillo, en la Nicaragua de Somoza o en la España de Franco. En estas tres situaciones históricas distintas, el convencimiento de que no había salida democrática generó acciones violentas que eventualmente condujeron a aperturas democráticas. En las dictaduras comunistas, el fraude se organizaba de otras maneras, garantizando que el poder se renovara en elecciones controladas que producían siempre los resultados esperados.
En Venezuela hay grupos dentro de la oposición, algunos muy respetables otros menos, que han mantenido que en el país existe un estado de fraude continuado que ha sido decisivo para el mantenimiento del gobierno en el poder. Esas denuncias han ido desde el control de la transmisión electrónica de datos, pasando por las máquinas captahuellas hasta la corrupción masiva del Registro Electoral.
En un determinado momento, estas posiciones fueron lo suficientemente influyentes para determinar la aparición de una poderosa corriente abstencionista que produjo la ausencia de la oposición en las penúltimas elecciones a la AN, con consecuencias muy graves para los sectores democráticos del país.
UTILIZANDO EL MIEDO La oposición democrática ha transitado un camino muy difícil para unirse alrededor de la candidatura de Capriles y presentar una opción con viabilidad política y social ante un régimen que ha violentado de manera verificable prácticamente todas las normas fundamentales contenidas en la Constitución acerca de la separación de los poderes públicos.
Que el régimen chavista es abusivo, ventajista y profundamente antidemocrático está más allá de toda duda. Que se utiliza el miedo como elemento de dominación social, y que un elemento central en la propagación del miedo es convencer a la gente de que el voto no es secreto, es irrefutable. Sin embargo, las pruebas acerca del fraude electoral o de la corrupción significativa del Registro Electoral no han sido concluyentes.
El asunto es muy delicado porque nadie puede asegurar más allá de toda duda razonable que el régimen no pueda cometer fraude o que el proceso electoral esté completamente blindado. En ese sentido nunca será posible despejar completamente las dudas de alguna gente. Pero el asunto esencial no es la presunción de trampa, porque eso inevitablemente lleva a minar la fortaleza de la candidatura de los sectores democráticos, sino convertir la posibilidad de fraude verificable en una herramienta política contra el continuismo chavista.
Aquí nuevamente vale la pena revisar dos procesos históricos completamente distintos: el de Perú con Fujimori y el de Serbia con Milosevic. En ambos casos se produjo una elección en la que aparentemente resultó triunfador el gobierno y sobre la que se levantó una denuncia de fraude sustentada por un movimiento político emergente y con liderazgo claro. En las dos situaciones se precipitó la caída del gobierno y el detonante de la crisis fue el fraude electoral.
Vistas en esta perspectiva, las reiteradas denuncias sobre la preparación de un fraude electoral en este momento sólo conducen a la parálisis y el limbo. Quienes adelantan estas denuncias no tienen ningún plan alternativo distinto a convertirse ellos en los pivotes de la oposición.
El verdadero dilema es como llegar a las elecciones combinando el acto puramente electoral con un movimiento activo de protesta social que no sólo obstaculice la realización de cualquier acto fraudulento que pueda estarse preparando en los laboratorios del régimen sino, y esto es muy importante, que si la trampa se produce la pueda utilizar a favor del movimiento democrático generando una protesta nacional e internacional que haga imposible su consolidación. Este nivel de apresto ciudadano nos protegería también de otras salidas paraconstitucionales que el régimen pueda tener en reserva.
No existe una bala de plata que pueda exorcizar el corrosivo demonio del fraude, sobre todo cuando el poder está en otras manos. Lo que si podemos hacer es actuar con inteligencia y determinación para que el movimiento democrático esté dispuesto a defender la efectividad del voto más allá del acto de votación.
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