JOSÉ LUIS MÉNDEZ LA FUENTE| EL UNIVERSAL
miércoles 29 de enero de 2014 12:00 AM
En días recientes, en una de esas conversaciones de café, alguien aseguraba que uno de los grandes problemas del país era el cambio de actitud del venezolano; que el venezolano había cambiado mucho en todo este tiempo y que la pérdida o confusión de valores era notoria. Para ilustrar su tesis, decía mi contertulio, que hoy en día, por ejemplo, la gente conocía y hablaba más de los jefes del narcotráfico y del "liderazgo" de los "pranes" en las cárceles venezolanas, reconocido por el propio gobierno, que del jefe de policía, de los bomberos o del director de la escuela donde estudian sus hijos. Añadía, que esto no es nuevo y que el propio Presidente del Estado contribuía a ese clima de desvalorización social cuando daba declaraciones, como las de días pasados, asegurando que cuando la derecha pide "plomo al hampa... cada vez que digan eso es plomo al pueblo". Pero, si el hampa y el pueblo son lo mismo, se preguntaba, ¿cómo quedan entonces jerarquizados, los principios y los valores tradicionales de respeto a los demás, al trabajo diario, a la familia, a la autoridad, que han venido guiando desde siempre a la sociedad?
Mi otro compañero de mesa, le contestó enseguida, con un no a medias, que si bien coincidía con lo de la depauperación de valores, fenómeno no solo venezolano, sino mundial, no podía estar de acuerdo con el supuesto cambio de actitud o talante de los venezolanos como una de las causas de la crisis que vive el país. Por el contrario, él creía que el trance y recesión, en todos los sentidos, no solo el económico, sino moral y político, que vivía el país, se debía en buena parte a que, precisamente, el venezolano no había cambiado y seguía siendo el mismo del siglo pasado y antepasado. Es decir, ese mismo venezolano con preferencia, quizás por causas socioculturales más que genéticas, a los gobiernos de uniforme, al autoritarismo y al estado-gendarme, pero al mismo tiempo paternal, que sabe recompensar a sus hijos con subsidios y dádivas de todo tipo. Dos siglos de caudillismo pareciera que no han sido bastante, pues hay quienes pretenden continuarlo durante el siglo XXI.
Y nuestro interlocutor siguió diciendo: de José Antonio Páez para acá, son muchos los caudillos que, con charreteras o sin ellas, han ocupado la Presidencia de Venezuela. El personalismo de nuestros gobernantes, mayoritariamente de origen militar, ha estado dirigido casi siempre, a manipular la Constitución, a desconocer los regímenes establecidos, y a sobreponer sus propios intereses a los intereses de la sociedad civil. Revoluciones tampoco nos han faltado, aseveró, y como prueba están la Libertadora, la Federalista, la de Marzo, la Azul y más recientemente la Bolivariana, pero siempre con el propósito de haber servido de instrumento "ideológico" para propiciar un golpe o una revuelta contra el poder establecido de manera regular o quizás igualmente irregular. Un círculo difícil de cerrar y en el cual la madeja de más de dos docenas de constituciones ha servido, casi siempre, de excusa legitimadora.
Pero ¿qué diferencia al venezolano actual del anterior?, se preguntó nuestro amigo a su vez; pues nada, se respondió; le siguen gustando los regímenes autocráticos y el militarismo, así como también los regalos y ayudas del "Estado protector", que lo reconcilian, en el fondo, con su "benefactor", sin importar las largas colas de varias horas para adquirir alimentos o una larga espera de días, mientras se deshojaba la margarita de si la página de Cadivi seguirá funcionando para hacer unas compras por internet. Al final, cuando se termina la cola y se marcha la persona felizmente a su casa, con un par de pollos y tres paquetes de harina, o se le permite el acceso con la tarjeta de crédito al fruto prohibido, el perdón sigue al castigo, y uno mismo se dice interiormente:" todo está bien no pasa nada".
Así que, terminó concluyendo mi amigo, no hay razones para pensar que el venezolano haya cambiado su comportamiento, sino que es al revés, sigue siendo el mismo, y eso sí es una causa que ayuda a soportar la situación actual.
Mi otro compañero de mesa, le contestó enseguida, con un no a medias, que si bien coincidía con lo de la depauperación de valores, fenómeno no solo venezolano, sino mundial, no podía estar de acuerdo con el supuesto cambio de actitud o talante de los venezolanos como una de las causas de la crisis que vive el país. Por el contrario, él creía que el trance y recesión, en todos los sentidos, no solo el económico, sino moral y político, que vivía el país, se debía en buena parte a que, precisamente, el venezolano no había cambiado y seguía siendo el mismo del siglo pasado y antepasado. Es decir, ese mismo venezolano con preferencia, quizás por causas socioculturales más que genéticas, a los gobiernos de uniforme, al autoritarismo y al estado-gendarme, pero al mismo tiempo paternal, que sabe recompensar a sus hijos con subsidios y dádivas de todo tipo. Dos siglos de caudillismo pareciera que no han sido bastante, pues hay quienes pretenden continuarlo durante el siglo XXI.
Y nuestro interlocutor siguió diciendo: de José Antonio Páez para acá, son muchos los caudillos que, con charreteras o sin ellas, han ocupado la Presidencia de Venezuela. El personalismo de nuestros gobernantes, mayoritariamente de origen militar, ha estado dirigido casi siempre, a manipular la Constitución, a desconocer los regímenes establecidos, y a sobreponer sus propios intereses a los intereses de la sociedad civil. Revoluciones tampoco nos han faltado, aseveró, y como prueba están la Libertadora, la Federalista, la de Marzo, la Azul y más recientemente la Bolivariana, pero siempre con el propósito de haber servido de instrumento "ideológico" para propiciar un golpe o una revuelta contra el poder establecido de manera regular o quizás igualmente irregular. Un círculo difícil de cerrar y en el cual la madeja de más de dos docenas de constituciones ha servido, casi siempre, de excusa legitimadora.
Pero ¿qué diferencia al venezolano actual del anterior?, se preguntó nuestro amigo a su vez; pues nada, se respondió; le siguen gustando los regímenes autocráticos y el militarismo, así como también los regalos y ayudas del "Estado protector", que lo reconcilian, en el fondo, con su "benefactor", sin importar las largas colas de varias horas para adquirir alimentos o una larga espera de días, mientras se deshojaba la margarita de si la página de Cadivi seguirá funcionando para hacer unas compras por internet. Al final, cuando se termina la cola y se marcha la persona felizmente a su casa, con un par de pollos y tres paquetes de harina, o se le permite el acceso con la tarjeta de crédito al fruto prohibido, el perdón sigue al castigo, y uno mismo se dice interiormente:" todo está bien no pasa nada".
Así que, terminó concluyendo mi amigo, no hay razones para pensar que el venezolano haya cambiado su comportamiento, sino que es al revés, sigue siendo el mismo, y eso sí es una causa que ayuda a soportar la situación actual.
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