En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/26/humberto-garcia-larralde-a-confesion-de-parte/
Humberto García Larralde
El lenguaje del fascismo es la guerra. Por su intermedio invoca luchas épicas contra enemigos de la Patria,
siempre al acecho. En este imaginario romantizado, el pueblo deja de
ser una conjunción heterogénea de individuos procurando intereses
particulares o colectivos, para elevarse en una voluntad general única dispuesta a sacrificarse en defensa de la noble causa patria. Lo
militar cobra preeminencia en esta gesta, tanto en la subordinación de
lo civil a lo castrense, como en la imposición de códigos militares
entre los adeptos. Su regimentación como tropa uniforme presta a cumplir las órdenes del Comandante supremo se escenifica como si fuese el “pueblo” que aplasta al enemigo.
Tal fue el caso de los ‘fascii di combattimento‘ que seguían a Mussolini, como de los Sturmabteiling o S.A., brigadas de choque del terror hitleriano. Mantener
la sociedad en tensión permanente, ingeniando conspiraciones que
amenazan las “conquistas del pueblo”, era menester para galvanizar a
los fieles detrás del Líder. Como es de imaginar, bajo tales condiciones desaparecía la política o ésta se trastornaba –invirtiendo a Clausewitz- en “la prosecución de la guerra por otros medios”. La
apacible convivencia en sociedad se postergaba indefinidamente hasta la
ansiada conflagración final que liberaría para siempre a la patria de
sus odiados enemigos.
Chávez peroraba incansablemente contra una “guerra mediática” al verse criticado públicamente. Asimismo, no dejaba de recordar que su “revolución” era
armada –con cañones y poder de fuego- por si el pérfido imperio y sus
secuaces internos atentasen contra ella. Su sucesor, mucho menos
habilidoso para defenderse en público y habiendo heredado el inmenso
desastre urdido por aquél –con su complicidad y anuencia-, apela al
calificativo de “guerra” para encubrir su incapacidad para enderezar tamaño entuerto.
Haciendo gala de un cinismo insólito y desafiando el sentido
del ridículo, Maduro insiste en la existencia de una “guerra económica”
para explicar las penurias –increíbles en un país con los ingresos
petroleros como el nuestro- que plagan hoy la vida de los venezolanos. Ahora,
cuando los niveles de destrucción evidencian la vulnerabilidad del
sistema de salud ante males como los que ocasionaron la muerte de varios
pacientes en Maracay y Caracas, no se le ocurre otra cosa que aludir a una “guerra biológica” y hasta a una “guerra bacteriológica” de la “derecha” como justificativo. Y
para no dejar piedra sobre piedra en la gesta bélica con que identifica
su gestión, invoca también una “guerra sicológica” por parte de
aquellos que exigen al gobierno informar con la verdad sobre estos
casos.
Lamentablemente, tales desvaríos no son para despacharlos, hilarantes, por absurdos. Expresan la única forma en que encuentra Maduro y la oligarquía en el poder para perpetuar el régimen de expoliación –de saqueo- en que han convertido esta “revolución”.
Es la confesión más palmaria de que no les interesa buscar los
consensos necesarios para superar la actual catástrofe. Su problema no
es obrar por el bien del país. El modelo ha sido exitoso –afirman- y el
país está en vías de lograr la máxima felicidad social. Y procuran
creerlo en un intento por sepultar su culpa en el envilecimiento de la
vida de los venezolanos. Pero de ello no tienen escape. De ahí la
repetición incesante de contraposiciones maniqueas que pretenden que
los “buenos revolucionarios” están defendiéndose legítimamente de las “guerras” libradas en su contra por traidores aupados por el imperio.
Y debe reconocerse que el fascismo venezolano en esto ha sido
habilidoso, ataviándose con un ropaje de izquierda, justiciero y
bendecido por las ruedas de la Historia, para encubrir un régimen
militar represivo, excluyente, con vocación totalitaria. Esta
metamorfosis llega al extremo incluso de acusar a los luchadores por la
democracia de “fascistas” (¡!) como forma de justificar, de acuerdo con
esa cosmovisión comunista que se empeñan en ser expresión, el atropello
de sus derechos más básicos. De ahí el llamado a estrechar anillos de
seguridad por parte de la militancia del PSUV, agrupada en unidades de
batalla chavistas (UBCh) y colectivos armados, confirmación de la
naturaleza claramente fascista de esa agrupación política.
Hubo una época, no tan lejana, en
que ser de izquierda significaba defender la búsqueda de la verdad y el
avance del conocimiento para desenmascarar al oscurantismo que impedía
avanzar a estadios de mayor justicia y libertad.Significaba
reivindicar la civilidad y la ciudadanía activa, de conciencia crítica y
libertaria, frente a los intentos de su sojuzgamiento bajo la bota
militar. Hoy, quienes se autoproclaman “revolucionarios” y de
“izquierda”, promueven activamente la ignorancia para ampararse detrás
de fanatismos de secta como último refugio ante la implacable evidencia
de su fracaso. Con ello amparan a los Carvajal, Cabello, Ameliach, Rodríguez Torres y demás especímenes pinochetescos que se han “cogido” al país -en ambos sentidos de la palabra- en connivencia con los Jorge Rodríguez, Aristóbulo Istúriz y Jaua.
Pero es que ante la alternativa de abandonar los frutos del régimen de
expoliación que ha construido, la oligarquía militar/chavomadurista no
va a ceder.
Con los ingresos petroleros más altos de la historia y ante un
sistema de precios controlados que no reflejan el costo verdadero de
bienes y servicios, una gasolina regalada y un dólar oficial
artificialmente barato, ingredientes para transformar en
multimillonarios a quienes tengan los contactos adecuados, ¿van a
rectificar? ¿Para qué han convertido el Poder Judicial en instrumento
“revolucionario” si no es para garantizar un manto de impunidad ante
tanta vagabundería “bolivariana”? ¡“Se trata de enfrentar una guerra”,
viva la “revolución”!
Las imbecilidades que a diario repite la oligarquía a través
del control hegemónico que ejercen sobre los medios representan un
intento desesperado por la absolución ante tanta maldad y perversidad.
Igual que la hipocresía, la invocación de una mitología justiciera de
“izquierda” representa el tributo que le hace el vicio a la virtud.
Publicado originalmente en Soberanía
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