Edición elaborada por el Consejo Editorial de Laceiba.
A juzgar por lo rocambolesco del montaje de Cabello y las hilarantes acusaciones contra María Corina y Edmundo (ojo, y no por ello menos peligrosas), el régimen no parece sentirse estabilizado tras el manotazo del 28-J.
Es más, con sus acciones, se han dado a la tarea ellos mismos de desmentir la propaganda del propio Maduro, quien asegura y jura que tras el 28-J todo está normal.
Maduro y su banda lucen paranoicos y, vaya, tienen razón en estarlo: arrebataron unas elecciones donde fueron derrotados con una ventaja de casi cuatro millones de votos. Nadie hace eso y se conduce como si nada. Al menos un catarro le da.
Esa derrota, por cierto, no fue por culpa de un bloqueo, como insinúa el canciller de Petro: si así fuera, la oposición no habría ganado la elección porque, de entrada, su candidata electa en primarias fue bloqueada, asediada y perseguida en forma permanente.
El ministro colombiano tiene razón al decir que no hubo garantías: pero claro que no las hubo, Maduro violó el acuerdo de Barbados y la oposición acudió a las elecciones en las peores condiciones posibles: sin recursos, sin acceso a los medios y criminalizada.
El comando de campaña de Edmundo y María Corina fue blanco de una dura embestida: unos fueron detenidos, otros forzados a refugiarse en la embajada argentina, hoy blanco del terrorismo de estado.
Los venezolanos han sido víctimas de la peor oleada represiva tras el 28-J. Edmundo fue coaccionado para forzar su salida del país y María Corina es objeto de una feroz cacería. ¿De cuáles sanciones y bloqueo nos hablan Petro y su canciller?
Maduro fue con un poder ilimitado a las elecciones y perdió. Punto. Lo demás son maromas de Lula y Petro para lavarse las manos ante el escandaloso manotazo militar de Maduro y sus secuaces, ejecutado con la sangre de los manifestantes del 29-J y las detenciones abusivas de más de dos mil inocentes.