Gisela Kozak Rovero
La tragedia venezolana se mide por la
magnitud del olvido de las conquistas colectivas y el constante rumiar
los agravios reales o imaginarios del pasado reciente o lejano. Con
suma facilidad se impone entonces la fuerza de las armas -la cara
heroica y sangrienta de nuestro patriarcado de aventureros y mujeres
solas- como única salida ante la inercia del fracaso como imaginario. No
hay cambio sin violencia, no hay patria sin el arrase de personas,
ideas e instituciones; la soledad del silencio espera entonces a los
logros de los civiles, de los que no vestimos hábitos, sotanas o
uniformes militares. Viene al caso una anécdota que ilustra la dureza
del olvido en este país que siempre nace pero poco crece. Me tocó en
años recientes una tarea política en la que tuve la ingenuidad de
sugerir la conexión de los ideales democráticos del presente con
figuras del quehacer intelectual venezolano como el gran escritor Rómulo
Gallegos. La respuesta de algún tecnócrata cuyo nombre para mi bien no
recuerdo, elevado por las circunstancias del momento a decisor político
fue: “¿Y si el pueblo nos llama adecos?”
Reconstruir el pasado es también labor
política en la medida en que es un esfuerzo por contemplarse en lo común
en terrenos distintos a las pasiones de la violencia armada y el
delirio religioso. Y digo reconstruir porque el pasado está constituido
no tanto por hechos sino por la escogencia de trayectorias de
comprensión de los mismos. Rafael Arráiz Lucca en Civiles presenta
figuras del arte, la literatura y el saber científico; igualmente
políticos protagonistas en la construcción de la democracia
contemporánea. El valor del texto reside en el combate denodado de los
prejuicios, en su fe en la racionalidad del historiador, esa razón que
lo hace construir conocimiento porque dibuja itinerarios que vuelven al
presente los nombres de calles, plazas, avenidas, estados y parques que
no le dicen nada a los venezolanos de a pie. Civiles
recoge los aportes de Arístides Rojas sobre los orígenes y trayectoria
de nuestra nación o los de Lisandro Alvarado sobre la aventura del
castellano venezolano y los caminos de la historia; también mide el
aporte civil de José Cortés de Madariaga, el chileno que vino a
Venezuela a cultivar ideales republicanos. No podía faltar el patrono
civil de mi universidad, José María Vargas, cuya ilustración combatió
las mojigaterías clericales de la época, dio definitivo empuje a la
medicina como disciplina científica y se enfrentó a la proverbial
brutalidad militar.
El valor de la civilidad desde luego
trasciende el estado y muchas veces se opone a él. Armando Reverón,
nuestro máximo pintor, es el revés de la moneda artística que en el
siglo XIX fue el también biografiado Martín Tovar y Tovar, muralista
mayor de las glorias patrias militares y figura señera de la pintura
latinoamericana de su época. Reverón se entregó a su obra con un furor
personalísimo que lo convirtió en el artista moderno por excelencia
desde su pobreza creadora a la orilla del mar, al margen de salones,
galerías y museos, de la vida de la urbe contemporánea. Su retraimiento
fue su fuerza creativa en la misma medida que la vocación pública
orientó a otro protagonista de este libro como fue Mariano Picón
Salas. Al igual que Andrés Bello, el más brillante venezolano del siglo
XIX constructor de la civilidad chilena y del americanismo más
proverbial, Picón Salas destacó en la fundación de instituciones
educativas y culturales, nada menos que el Pedagógico de Caracas, la
Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de
Venezuela y el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA).
El escritor nacional preclaro unido a
los destinos del estado, esa figura que ha desaparecido, tuvo un último
hito en Arturo Uslar Pietri, contrafigura liberal de la vocación
populista de la socialdemocracia venezolana, quien nos recuerda la
difícil relación con el poder de los “hombres de letras”, como se decía
en otros tiempos de varones. Esta relación sometió a la inteligencia
despierta de José Gil Fortoul a vaivenes dictatoriales pero su legado
intelectual, la Historia Constitucional de Venezuela, queda como testigo
de su talento, así como la vocación democrática del periodista y
escritor Antonio Arraiz late entre los versos desmañados, contundentes,
sonoros, audaces y machistas de su poemario Áspero.
La antes mencionada herencia política
liberal (palabra que no significa lo mismo que neoliberal) abriría la
senda para la cristalización de logros mayores del siglo XX como los
derechos humanos y abonó el terreno para una mayor conciencia de la
libertad como el único y supremo horizonte de la igualdad sustentada en
los derechos no solo políticos sino económicos, sociales y culturales.
Cuando Juan Germán Roscio redacta junto a Francisco Isnardy el Acta de
la Independencia (1811) despeja el camino en nuestro país a causas tan
contemporáneas como las mencionadas, y esas causas también laten en el
Plan de Barranquilla (1931), más allá de su orientación marxista, en
cuya confección participaron otros dos protagonistas de Civiles,
Raúl Leoni y Rómulo Betancourt. El voto femenino y las elecciones
universales, directas y secretas formaron parte de las conquistas
logradas en la Constitución Nacional de 1947, que no por casualidad fue
sancionada el 5 de julio de ese año en conmemoración de aquel día de
ruptura con el orden colonial y, desde luego, del documento fundador de
Roscio. Rómulo Gallegos, uno de los creadores de nuestro imaginario
colectivo, sería elegido por mujeres y analfabetas en igualdad de
condiciones con los varones letrados -que no está de más decir por
cierto que Civiles es una antología de varones
letrados-, y Acción Democrática se consagró como el partido rector de la
construcción de la democracia moderna así haya en el presente un empeño
sistemático de convertir este maltrecho partido en una suerte de
secta satánica. Además, Arráiz Lucca ofrece balances certeros de
personalidades singulares y contradictorias como las de Rafael Caldera y
Carlos Andrés Pérez figuras clave para el auge y desintegración del
sistema bipartidista nacional. Los políticos impulsados por la voluntad
de poder no pueden ser de otra manera, esta es su esclavitud y su
fortuna, y su liderazgo será trascendente en la medida en que sus logros
atraviesen vertical y horizontalmente la vida nacional: el protagonismo
contemporáneo de las masas en el destino del estado vía electoral y vía
la pobreza como preocupación central, es sin duda legado del quehacer
histórico de los civiles en su compleja relación con el estado, ese
protagonista definitivo de nuestra nación cuyo peso muchas se convierte
en fardo mortal del transcurrir del hombre y la mujer civil de a pie.
En un país demonizador, la racionalidad se impone como antídoto y se
pueden ponderar los logros más allá de las simpatías politicas.
Civiles es un libro
sobre éxitos en un país en la que el fracaso es visto como superioridad
moral; es un libro sobre logros en la tierra de montoneras desarraigadas
que afirman que antes de 1998 Venezuela era la nada. Es un libro sobre
civiles en un país de sangre cuartelaria; se atreve a exaltar a
empresarios como Ricardo Zuloaga -protagonista de la electrificación
venezolana y creador de una empresa con alta democratización del capital
como la Electricidad de Caracas- en un país que desconfía de la riqueza
habida al margen del estado. Valora el denuedo modernista y la vocación
social de nuestro máximo arquitecto, el parisino más venezolano del
mundo Carlos Raúl Villanueva, quien trabajó para gobiernos militares
pero dejó un legado civil de primer orden. Estamos frente a un libro
para todos aquellos que olvidaron que ser venezolano es también una
vocación civil en un país verde oliva.
Esperamos después de esta lograda
primera entrega un próximo libro de Arráiz Lucca en el que nuestros
locos esclarecidos del siglo XX, al estilo del único varón desordenado
de Civiles como es Armando Reverón, hagan compañía a
los “varones ilustres”, en el que las mujeres tengan lugar sin llamarse
“civilas” y en el que la inteligencia, formación, información y buena
pluma del poeta, docente, académico de la lengua, gerente cultural y
divulgador inteligente se manifiesten nuevamente.
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