Saturday, October 18, 2014

Civiles, de Rafael Arraiz Lucca

En: http://prodavinci.com/blogs/civiles-de-rafael-arraiz-lucca-por-gisela-kozak-rovero/

Gisela Kozak Rovero

La tragedia venezolana se mide por la magnitud del olvido de las  conquistas colectivas y el constante rumiar los agravios reales o imaginarios del pasado reciente o lejano. Con suma  facilidad se impone entonces la fuerza de las armas -la cara heroica y sangrienta de nuestro patriarcado de aventureros y mujeres solas- como única salida ante la inercia del fracaso como imaginario. No hay cambio sin violencia, no hay patria sin el arrase de personas, ideas e instituciones; la soledad del silencio espera entonces a los logros de los civiles, de los que no vestimos hábitos, sotanas o uniformes militares. Viene al caso una anécdota que ilustra la dureza del olvido en este país que siempre nace pero poco crece. Me tocó en años recientes una tarea política en la que tuve la ingenuidad de sugerir la conexión de los ideales democráticos del presente  con figuras del quehacer intelectual venezolano como el gran escritor Rómulo Gallegos. La respuesta de algún tecnócrata cuyo nombre para mi bien no recuerdo, elevado por las circunstancias del momento a decisor político fue: “¿Y si el pueblo nos llama adecos?”

Reconstruir el pasado es también labor política en la medida en que es un esfuerzo por contemplarse en lo común en terrenos distintos a las pasiones de la violencia armada  y el delirio religioso. Y digo reconstruir porque el pasado está constituido no tanto  por hechos sino por la escogencia de trayectorias de comprensión de los mismos. Rafael Arráiz Lucca en Civiles presenta  figuras del  arte, la literatura y el saber científico; igualmente políticos protagonistas en la construcción de la democracia contemporánea. El valor del texto  reside en el combate denodado de los prejuicios, en su fe en la racionalidad del historiador, esa razón que lo hace construir conocimiento porque dibuja itinerarios que vuelven al presente los nombres de calles, plazas, avenidas, estados y parques que no le dicen nada a los venezolanos de a pie. Civiles recoge los aportes  de Arístides Rojas sobre los orígenes y trayectoria de nuestra nación o los de Lisandro Alvarado sobre la aventura del castellano venezolano y los caminos de la historia;  también mide el aporte civil de José Cortés de Madariaga, el chileno que vino a Venezuela a cultivar ideales republicanos. No podía faltar el patrono civil de mi universidad, José María Vargas, cuya ilustración  combatió las mojigaterías clericales de la época, dio definitivo empuje a la medicina como disciplina científica y se enfrentó  a la proverbial brutalidad militar.

El valor de la civilidad desde luego trasciende el estado y muchas veces se opone a él. Armando Reverón, nuestro máximo pintor, es el revés de la moneda artística que en el siglo XIX fue el también biografiado  Martín Tovar y Tovar, muralista mayor de las glorias patrias militares y figura señera de la pintura latinoamericana de su época. Reverón se entregó a su obra con un furor personalísimo que lo convirtió en el artista moderno por excelencia desde su pobreza creadora a la orilla del mar, al margen de salones, galerías y museos, de la vida de la urbe contemporánea. Su retraimiento fue su fuerza creativa en la misma medida que la vocación pública  orientó a  otro protagonista de este libro  como fue Mariano Picón Salas. Al igual que Andrés Bello, el más brillante venezolano del siglo XIX constructor de la civilidad chilena y del americanismo más proverbial,  Picón Salas destacó en la fundación de instituciones educativas y culturales, nada menos que el Pedagógico de Caracas, la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela y el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA).

 El escritor nacional preclaro unido a los destinos del estado, esa figura que ha desaparecido, tuvo un último hito en Arturo Uslar Pietri, contrafigura liberal de la vocación populista de la socialdemocracia venezolana, quien nos recuerda la difícil relación con el poder de los “hombres de letras”, como se decía en otros tiempos de varones.  Esta relación sometió a la inteligencia despierta de José Gil Fortoul a vaivenes dictatoriales pero su legado intelectual, la Historia Constitucional de Venezuela, queda como testigo de su talento, así como la vocación democrática del periodista y escritor  Antonio Arraiz late entre los versos desmañados, contundentes, sonoros, audaces y machistas de su poemario Áspero.

La antes mencionada herencia política liberal (palabra que no significa lo mismo que neoliberal) abriría la senda para la cristalización de logros mayores del siglo XX como los derechos humanos y abonó el terreno para una mayor conciencia de la libertad como el único y supremo horizonte de la igualdad sustentada en los derechos no solo políticos sino económicos, sociales y culturales. Cuando Juan Germán Roscio redacta junto a Francisco Isnardy el Acta de la Independencia (1811) despeja el camino en nuestro país a causas tan contemporáneas como las mencionadas, y esas causas también laten en el Plan de Barranquilla (1931),  más allá de su orientación marxista, en cuya confección participaron otros dos protagonistas de Civiles, Raúl Leoni y Rómulo Betancourt.  El voto femenino y las elecciones universales, directas y secretas formaron parte de las conquistas logradas en la Constitución Nacional de 1947, que no por casualidad fue sancionada el 5 de julio de ese año en conmemoración de aquel día de ruptura con el orden colonial y, desde luego, del documento fundador de Roscio. Rómulo Gallegos, uno de los creadores de nuestro imaginario colectivo, sería elegido por mujeres y analfabetas en igualdad de condiciones con los varones letrados -que no está de más decir por cierto que Civiles es una antología de varones letrados-, y Acción Democrática se consagró como el partido rector de la construcción de la democracia moderna así haya en el presente un empeño sistemático de convertir  este maltrecho partido en  una suerte de secta satánica. Además, Arráiz Lucca ofrece balances certeros de personalidades singulares y contradictorias como las de Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez figuras clave para el auge y desintegración del sistema bipartidista nacional. Los políticos impulsados por la voluntad de poder no pueden ser de otra manera, esta es su esclavitud y su fortuna, y su liderazgo será trascendente en la medida en que sus logros atraviesen vertical y horizontalmente la vida nacional: el protagonismo contemporáneo de las masas en el destino del estado vía electoral y vía la pobreza como preocupación central, es sin duda legado del quehacer histórico de los civiles en su compleja relación con el estado, ese protagonista definitivo de nuestra nación cuyo peso muchas  se convierte en fardo mortal del transcurrir del hombre y la mujer  civil de a pie. En un país demonizador, la racionalidad se impone como antídoto y se pueden ponderar los logros más allá de las simpatías politicas.

Civiles  es un libro sobre éxitos en un país en la que el fracaso es visto como superioridad moral; es un libro sobre logros en la tierra de montoneras desarraigadas que afirman que antes de 1998 Venezuela era la nada. Es un libro sobre civiles en un país de sangre cuartelaria; se atreve a exaltar a empresarios como Ricardo Zuloaga  -protagonista de la electrificación venezolana y creador de una empresa con alta democratización del capital como la Electricidad de Caracas- en un país que desconfía de la riqueza habida al margen del estado. Valora el denuedo modernista y la vocación social de nuestro máximo arquitecto, el parisino más venezolano del mundo Carlos Raúl Villanueva, quien trabajó para gobiernos militares pero dejó un legado civil de primer orden.   Estamos frente a un libro para todos aquellos que olvidaron que ser venezolano es también una vocación civil en un país verde oliva.

Esperamos después de esta lograda primera entrega un próximo libro de Arráiz Lucca  en el que nuestros locos esclarecidos del siglo XX, al estilo del único varón desordenado de Civiles como es Armando Reverón, hagan compañía a los “varones ilustres”, en el que las mujeres tengan lugar sin llamarse “civilas” y en el que la inteligencia, formación, información y buena pluma del poeta, docente, académico de la lengua, gerente cultural y divulgador inteligente se manifiesten nuevamente.

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