Leopoldo López Gil
23 DE DICIEMBRE DE 2016 12:42 AM
Es ley natural que los abuelos hayan conocido casi todos los terrenos que los nietos habrán de descubrir en su futuro. Como lo hacen los pilotos, ellos advierten a los que vienen de turbulencias que pueden encontrar en su ruta e indican la alternativa segura para evitar calamidades. Los abuelos son los baquianos que distinguen las sendas deseables de las indeseables. Gozan de una bendición doble pues, como bien lo escribió nuestro poeta Andrés Eloy Blanco, “cuando se tiene un hijo…se tienen todos los hijos del mundo”, por lógica obligatoria todo abuelo lo es para todos los nietos.
Los abuelos con algo más de ternura y menos disciplina enseñan a sus nietos con cuentos, anécdotas y poemas la trayectoria que deben seguir para llegar a ser hombres y mujeres de bien. Creo en la lectura de los poemas de Andrés Eloy para aprender a amar a los angelitos sin distinción de su color, o los cuentos de José Rafael Pocaterra para compartir el dolor de Panchito Mandefuá como suyo, o a Saint-Exupéry y captar la sabiduría del indomable Principito.
Enseñar a los nietos a escribir cartas al Niño Jesús, a San Nicolás o a los Reyes, es de las tareas más entrañables de los abuelos, también una gran oportunidad para enseñar a pedir no sólo para sí, sino para todos los niños, sembrar el valor de la solidaridad en esa fiesta que llena de felicidad a muchos corazoncitos, pero también deja huellas de dolor en niños que no reciben más que carbones y desengaños.
Nuestra tristeza exige a los abuelos ser el eslabón entre los padres quienes con frustración encontrarán difícil explicar la indeseada realidad a sus hijos para lograr que el amor no disminuya por las inoportunas circunstancias. Las canas inducen a los chicos a escuchar con atención y respeto el relato que siempre termina con el abrazo a los pequeños.
Ojalá nuestros nietos hayan pedido en sus cartas de Navidad, además de sus propios deseos, comida para sus compañeritos hambrientos, medicinas para sus iguales en dolor por enfermedades, paz para los que han sido privados de ella y amor para los que dejaron entrar el odio en su corazón. No habrá mejor consejo que estimular a los nietos a pedir en sus cartas navideñas, amor y paz para su país, que erradiquen al egoísmo para que desaten un caudal de bondad y respeto.
Sabemos que la Navidad es la época que nos hace más sensibles al amor entre familia y amigos, a la injusticia y a la esperanza, no perdamos la tarea obligada de contemplar los parajes para librar a esos que son víctimas inocentes del egoísmo y se les arrebata la esperanza y la ilusión.
Dios bendiga a todos los nietos de nuestro país y pido al Señor que aprendan a querer y amar a nuestra madre, a la de sus padres y la de ellos, a nuestra querida maltratada Venezuela. Si Dios lo permite y todos lo construimos, tendremos los nietos que esa madre merece.
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