Friday, February 24, 2017

Antonio López Ortega: Un relato de Sofía

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Antonio López Ortega

Paul Eluard está sentado en un rincón de la sala. Puede estar hablando con Pablo Neruda, quizás con Octavio Paz, acaso con Vasarely. Sofía habla con uno y con otro. Puede que le moleste la solemnidad melancólica de Neruda, puede que admire la inteligencia de Paz pero se niegue a reconocerla en esa voz aflautada, puede que le moleste que Eluard tome sin parar y termine borracho al final de la velada. Importa poco que los tres coincidan al mismo tiempo, o que sean solo dos, o que el recuerdo los funda en un solo espacio y tiempo. Puede que el relato sea uno o varios pero, de todas maneras, la ha alimentado durante años y ella ahora los recrea a su manera.
En la historia que relatamos, Eluard termina con muchos tragos, algo bamboleante, y la atenta Sofía, como en ocasiones anteriores, se ofrece a llevarlo a casa. Puede que Eluard viva en Neuilly, en Pantin, acaso en otro poblado periférico, pero siempre en las afueras de París. El carro atraviesa la ciudad, seguramente desde el bulevar Saint-Germain, y se aventura hacia las afueras con poca precisión en cruces o cuadras. “Ô nuit, perle perdue/ aveugle point de chute où le chagrin s’acharne”, diría o pensaría Eluard en uno de sus extravíos. Lo cierto es que no encuentran la casa. Sofía pregunta y el poeta no recuerda, no responde. Baja la ventanilla Eluard e intenta indagar ante un transeúnte. El hombre se encoge de hombros y pasa fugaz y desinteresado. Importa poco saber si Eluard llegó finalmente a casa esa noche o tuvo que dormir en hogar ajeno. Lo que importa es el relato trunco, el espacio preciso de esa noche que se recuerda o se trae a flote en medio de cualquier encuentro casual o al calor de una copa de vino.
Quien hace el recuento es Sofía Imber –uno de los innumerables que podría hacer antes de que su rastro se borre de la faz de la tierra–. Los rostros son intercambiables y los personajes también. ¿Qué furia humana habrá desfilado ante esos ojos? ¿Qué número de pasiones, desventuras, apuestas de vida, la habrán rozado? Buena parte de la historia artística e intelectual del siglo XX la tuvo como una testigo excepcional, la convirtió en una ciudadana del mundo, le permitió codearse con los grandes y tratarlos como niños extraviados que no encuentran su casa de noche. De las muchas pérdidas que acumulamos –o de la trayectoria tesonera que aún no se apaga–, rescatemos al menos para la posteridad esa memoria prodigiosa, esos relatos universales en los que el país estuvo alguna vez presente. En épocas de reduccionismos y de interpretaciones anacrónicas, vale la pena recordar que también hemos habitado el siglo prodigioso y venerado por todas las vanguardias. Sofía estuvo allí para que nuestra apuesta civilizatoria fuese menos vulnerable al olvido.
[A manera de homenaje reproduzco un artículo publicado hace unos años en un diario capitalino].

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