Alfredo Ray
Ya los venezolanos sabemos quién es Donald Trump. Sus palabras, sus gestos y hasta sus silencios nos son inequívocamente familiares. Diría que, en su impredecibilidad, casi podemos predecirlo. No en vano hemos padecido 18 años de autoritarismo arrogante.
En estos cortos días el nuevo presidente del Norte ha atacado, descalificado y aplanado desde su posición de poder a propios y extraños en un desconcertante monólogo de improperios, descolocando hasta sus más cercanos colaboradores, quienes alegan como último recurso que no debe juzgársele por sus palabras, sino por sus acciones. Frase que resuena por estas fronteras como si nos perteneciera.
Pero mi objetivo en esta oportunidad no es cuestionar sus formas irreverentes y antipolíticas, voy a lo profundo; a su discurso.
Para mí, que he pasado veinticinco años rebuscando en los orígenes de la inseguridad, el sentido de las palabras del presidente Trump tienen un propósito extraordinariamente claro, destruir el tejido de confianza que entrama las relaciones del Estado con sus ciudadanos para sustituirlo por una dinámica del miedo, basada en la muy elaborada idea que todo lo que los rodea es una amenaza, y sólo él es capaz de entenderlas, retarlas y destruirlas, cambiándole el sentido a todo, pues de ahora en adelante, toda confianza necesita a Donald, erigido protector y salvador de los desposeídos. No por casualidad se da la paradoja del multimillonario elegido por los más pobres y marginados.
Stephen Bannon, el principal estratega de la administración Trump es un fiel creyente de la teoría negra de la historia, en la que todo se da en ciclos, y todo ciclo contiene el inevitable apocalipsis de la guerra. Por ello, Los Estados Unidos deben prepararse atrincherándose tras grandes muros, incrementando sensiblemente el gasto militar, poniendo más policías en las calles para deportar indocumentados, apartando a medios de comunicación que le son incómodos, pero sobretodo, generando pánico en la población, haciéndola dependiente de su liderazgo, único ungido para una lucha definitiva y final.
El discurso del miedo de Donald Trump opera como de cierta manera como el Síndrome de Estocolmo, donde aquel que te amenaza y manipula desde las debilidades debe ser protegido pues resulta indispensable para salvarse. En su reciente participación en el Congreso, su alocución estuvo cargada de palabras como amenaza, terror, violencia, ataque y diabólico. Todas bien hiladas en una oratoria de lucha, división, derrota y victoria.
Por primera vez los ciudadanos de América y sus instituciones se han quedado, al menos temporalmente, sin defensas frente a este nuevo tipo control político. Una nación que se basa en el valor y peso de la palabra, encuentra en ella su principal instrumento de sometimiento. Es una forma sofisticada de destruir desde el eje mismo de la irracionalidad. Nada muy distinto a los métodos de la revolución bolivariana que hoy nos subyuga con el hambre y la inseguridad.
@seguritips
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