Felix Arellano
La Organización de Estados Americanos (OEA) destaca entre las crecientes contradicciones y fracasos del proceso bolivariano y, en general, de los grupos radicales latinoamericanos. Demasiada critica irracional: desde ministerio de colonias, hasta cachorros del imperio; muchos esfuerzos destructivos que han incluido la creación de la Celac como posible mecanismo de sustitución; empero, los hechos evidencian una OEA débil económicamente, pero fuerte políticamente. En este momento, uno de los epicentros de importantes acontecimientos en el hemisferio, como es el caso de la posible aplicación de la Carta Democrática al proceso bolivariano.
No podemos negar que en los orígenes del sistema interamericano, particularmente en la etapa de la Unión Panamericana, la hegemonía de los Estados Unidos fue significativa. En el marco de la llamada guerra fría entre las dos grandes potencias los Estados Unidos y la Unión Soviética, la OEA constituía una organización adscrita al eje americano y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) uno de los instrumentos más representativos de su poder. Pero los tiempos fueron cambiando y los miembros de la OEA lograron definir espacios creativos, con autonomía frente a la alienación ideológica y la dominación hegemónica, y el caso más emblemático lo representan los derechos humanos, que sin lugar a dudas constituye el tema más importante de la OEA.
Los Estados Unidos es una potencia mundial y mantienen la cuota más alta en el presupuesto de la organización, pero no logra controlar la diversidad de temas en la agenda, ni la actuación de los Estados miembros por muy pequeños que sean; por ejemplo, los Estados del Caribe, actuando cohesionadamente en la mayoría de los casos, han logrado gran autonomía y poder de acción, no olvidemos que cada miembro representa un voto.
Entre las fortalezas de la OEA también destaca su amplio desarrollo institucional en diversas áreas sociales, culturales, jurídicas y económicas alcanzado a lo largo de varias décadas, pues si bien la OEA fue creada en IX Conferencia Interamericana efectuada en Bogotá en 1948, donde se suscribió la Carta de Bogotá constitutiva de la OEA, son diversas las organizaciones interamericanas que datan de principios del siglo XX, como: la Organización Panamericana de la Salud de 1902, el Comité Jurídico Interamericano de 1906 o los Comités Interamericano del Niño de 1927 y de la Mujer de 1928.
Otro potencial de la OEA poco aprovechado y ampliamente cuestionado por los movimientos radicales, tiene que ver con las posibilidades que ofrece para el diálogo norte/sur. En la práctica, la organización representa un espacio privilegiado para construir un relacionamiento ambicioso y dinámico entre nuestra región y los Estados Unidos y Canadá. Una expresión de este potencial es el proyecto de las Cumbres de las Américas, que en su inicios contemplaba diversidad de temas y proyectos en lo que se aspiraba avanzar en el hemisferio, pero que se fue concentrando fundamentalmente en las negociaciones de la zona de libre comercio del Alca; luego, en la medida que el proyecto comercial fracasó y se fragmentó en varias negociaciones bilaterales, la ambición de las Cumbres se fue debilitando.
Con el auge del radicalismo populista en nuestra región y el fracaso del proyecto del Alca, las perspectivas de la OEA menguaron. La crítica irracional se incrementó resaltando las debilidades, menospreciando las potencialidades y sin proponer soluciones creativas, pues claramente se pretendía destruir la organización, en particular su fortaleza en materia de derechos humanos. La presión fue enorme, pero podríamos afirmar que ha fracasado y, si bien es cierto que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos requiere de mayores recursos financieros para un funcionamiento más eficiente, su labor es ampliamente reconocida y ha quedado claro que son los gobiernos autoritarios los interesados en eliminar cualquier limitación critica a sus desmanes.
Otra evidencia de las fortalezas de la organización lo representa la consideración de la grave situación que vivimos en Venezuela, pues la OEA se presenta como una instancia que puede ejercer una efectiva presión en la búsqueda de soluciones. La valiente actuación del Secretario General, el Sr. Luis Almagro quien, sin temores por la reelección, se ha atrevido a utilizar el Articulo 20 de la Carta Democrática Interamericana y presentar un exhaustivo informe de la situación venezolana, solicitando a los países miembros la aplicación de la Carta, ha ubicado a la OEA como el foro privilegiado para la reflexión y promoción de soluciones. Por lo pronto el proceso bolivariano solo logra agredir al Secretario y la organización y debería estar pensando en su retiro, pero también debe reconocer las implicaciones de un mayor aislamiento y desprestigio cuando la crisis económica y financiera se acentúa.
Es evidente que la OEA no puede resolver por sí sola la grave situación venezolana, pero si los 18 países miembros que han solicitado la convocatoria de la reunión del Consejo Permanente para abordar el caso venezolano, logran activar la Carta en su primera fase, se avanzaría en la consolidación de la organización y en la necesaria presión al proceso bolivariano que, sumando la cesación en el Mercosur, la voz crítica del Vaticano y del resto de la comunidad internacional y el enorme esfuerzo nacional, puede ir generando las condiciones para el restablecimiento del orden constitucional y democrático, el resguardo de los derechos humanos y la superación de la crisis humanitaria de medicamentos y alimentos.
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