La sociedad venezolana protagoniza un momento de extraordinaria aceleración. Los hechos se suceden, uno tras otro, a velocidad inesperada. No son hechos corrientes: todos son manifestaciones de lo extraordinario. La consistente voluntad de protestar que sigue expresándose en toda la geografía venezolana. El plebiscito, incomparable demostración de desobediencia civil protagonizado por 7,6 millones de venezolanos. La lucha personal e institucional en la que se ha embarcado Luisa Ortega Díaz. El pacto de gobernabilidad leído por Henry Ramos Allup al país y suscrito por todas las organizaciones que integran la oposición democrática. La designación de nuevos magistrados al Tribunal Supremo de Justicia. Todos son evidencias indiscutibles de que estamos encaminados en la vía de un cambio de régimen político en Venezuela.
En este marco de cosas se ha producido fuera de Venezuela un hecho igualmente trascendente: la audiencia en el Senado de Estados Unidos, a la que fue convocado Luis Almagro, secretario general de la OEA, para analizar la crisis venezolana. La admirable síntesis leída por Almagro en su primera intervención es también un acontecimiento: hace patente que, en un organismo fundamental como la OEA, Venezuela es ahora mismo el país que suscita las mayores preocupaciones. En esa sesión, tal como ha sido publicado en los noticieros y diarios de todo del planeta, fueron reiterados los señalamientos que vinculan a personas del alto gobierno con el narcotráfico.
El narcorégimen no solo es el mayor peligro al que se enfrenta la sociedad venezolana hoy: podría serlo en la siguiente etapa, sea cual sea su conformación. Nadie debe olvidar que varios de los responsables de la represión, a la vez, están siendo investigados por las agencias especializadas en el narcotráfico. Los demócratas, dentro y fuera de Venezuela, tienen cada día una mayor comprensión de esta terrible situación: quienes más se aferran al poder en Venezuela, quienes toman las decisiones más desalmadas –como el ataque a las personas que hacían cola para votar en el plebiscito en Catia–, son los que temen a la justicia y a la cárcel. Hay una relación inocultable entre terror a la cárcel que les espera y ferocidad de la represión. El narco ha escogido un camino: usar la violencia en todos sus extremos con tal de evitar su destino, que no es otro que los tribunales y la prisión.
Tanto en el paso de la etapa actual a la próxima, como en la Venezuela de la reconstrucción, los narcos podrían continuar siendo un peligro. No me cabe duda de ello. La experiencia de lo ocurrido en otros países puede servirnos de guía: los narcos habían penetrado de tal modo las instituciones y a ciertos sectores de la sociedad que sus tentáculos continuaron vivos por mucho tiempo. En el caso venezolano hay algo más grave: se ha ideologizado a una parte de la FANB, se ha formulado una supuesta doctrina militar que muchos oficiales han adoptado a ciegas, cuando el verdadero propósito de ese discurso es el de mantener el poder, al costo que sea, del grupo en el que los narcos son la sección más notable y violenta.
Los narcos son un riesgo porque tienen redes en el sistema judicial. En la FANB. En ministerios y empresas del Estado. En la Policía Nacional Bolivariana y en decenas de policías regionales. Tienen eficientes amigos en Bolipuertos. Sólidos y activos intercambios con funcionarios de Zulia, Táchira, Apure y Bolívar. En el negocio de los narcos son culpables los que importan y exportan la droga, pero también, como cómplices, los civiles y militares que permiten que la droga entre por nuestras fronteras, se descargue y vuelva a ser cargada, para que inicie su traslado a otros países. En los testimonios aportados por personas que han sido detenidas, se ha conocido que hay un gobernador de un estado fronterizo al que los miembros del Cartel de los Soles llaman “el compadre”.
El verdadero peligro lo constituyen los narcos, que son factores determinantes del narco-Estado. Son el mayor riesgo porque carecen de límites. Están aterrorizados: saben que fuera de las fronteras venezolanas hay equipos listos para actuar. Ahora mismo son el reducto que se niega a entregar el poder, que promueve la constituyente, que ha diseñado un plan para establecer en Venezuela un modelo semejante al de Corea del Norte. Pero basta mirar lo que está ocurriendo en Venezuela cada día para percatarse de que no podrán. El cambio viene, a pesar de todo cuanto intenten en contra de la voluntad ciudadana de reconstruir a Venezuela, de vencer de una vez por todas al narco-Estado.
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