Cuando en toda Venezuela y en el resto del mundo la gente está que vomita con el escándalo de la estafa del socialismo del siglo XXI, aquí y en algunos países cercanos a los cuales hemos amamantados durante años, al dictador Maduro no se le ocurre otra cosa que montar un simulacro de elecciones para no solo mantenerse en el poder sino para seguir manteniendo a la camarilla de fracasados que le rodean y que, cuando da la espalda, se ríen a calla la boca de su cada vez mayor extensión corporal y de su cada vez menor inteligencia.
Ese minúsculo entorno de civiles y militares, más propio de un grupo de crupier de los casinos de Las Vegas, lo usa como salvavidas de sus futuros ya, por cierto, incriminados por sus oscuros negocios, traiciones interminables y crímenes protegidos por el mismo poder.
Estamos ante una de las más grandes farsas de la historia latinoamericana, tan innoble y falsa que hizo de Simón Bolívar un ardid para escalar posiciones de poder y, de esa manera, encubrir sus verdaderos propósitos que no eran otros que aprovecharse de Venezuela y envilecerla mediante pago de comisiones, venta de nuestro territorio a compañías transnacionales, liberar rutas del narcotráfico y enmascarar la debacle del país en un discurso antiimperialismo más falso que las promesas de Cristóbal Colón antes de llegar a las Indias.
Lo detestable, lo extremadamente hipócrita y lo más cínico es usar a Bolívar como pretexto para construir un gran puente que, desde Venezuela, llega al narcotráfico y al crimen organizado. Nunca, gracias a Dios, la Fuerza Armada, los cuerpos policiales, el poder presidencial y su entorno se había aliado con esta red criminal que, de muchas y múltiples maneras, domina y controla la actuación del Estado, a la vez que lo vulnera en el centro y corazón de su funcionamiento institucional, convirtiéndolo en un esclavo de fidelidad indudable con los intereses transnacionales, adversarios recios, por demás, de la paz y la convivencia en una sociedad.
Lo cierto es que hoy no podemos confundir esta elección amañada de antemano con una escogencia libre y sincera. Hoy quien sale a votar desconoce quizás, y la ignorancia es aceptable, que esta gente que aspira a representarla es la misma que impide hoy no solo que se exprese con libertad, sino que desde mucho antes sembró el hambre, la miseria, la muerte por falta de medicinas, el asesinato en serie que las policías llevan a cabo cada noche, metódicamente cada día, de las torturas y las privaciones que contradicen los principios fundamentales de los derechos humanos y de esa esperanza incesante que es la libertad.
Esta gente nostálgica del comunismo solo exhibe su ignorancia de la historia. Con su adoración a Fidel Castro peregrinan al cementerio de sus largos, inútiles y megalómanos discursos, a su enorme ego enterrado en medio de traiciones, fusilamientos y maniobras sin fin para proteger su poder. Hoy, podemos asegurarlo, ese episodio de la historia ya pasó. Fidel y Raúl Castro son barcos hundidos y encallados en una playa solitaria.
Hoy pueden empujar a la gente a votar como si fueran ganado sin errar, pero igual ya perdieron, no solo por mediocres sino porque son animales prehistóricos.
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