Quizá le exigió demasiado esfuerzo a Maduro interpretar el papel de presidente de la República, caracterización excesiva para sus escasas dotes histriónicas, y el tiempo se le fue mientras ensayaba imitaciones de su preceptor para terminar pareciéndose al maestro de ceremonias de uno de esos trashumantes circos que, procedentes de México o Colombia, paseaban por el Caribe su colección de famélicas bestias y una milagrosa corte de maromeros, ventrílocuos y prestidigitadores.
En ese rol se ha desempeñado con soltura. Primero, como animador de gabinetes callejeros con el que buscaba adhesiones y, rápidamente, concitaron repulsas expresadas con centenares de pitas, abucheos y ¡fuera!, con que el público (des)anima las actuaciones majunches. Después, en cuanto convocante de un concilio comunero que el convocado, es decir el pueblo que rechaza tal descabello, ha popularizado como “la prostituyente”.
En editorial más o menos reciente, pusimos en cuestión el conocimiento de la civilización grecolatina del aprendiz de mandatario; sin embargo, debemos admitir que él, como cualquier mortal que haya frecuentado la matinée dominical, algo debe haber aprendido de lo que los guionistas de Hollywood suponen eran usos y costumbres de la Roma antigua. Lo debe haber entusiasmado un episodio en el que Calígula, Nerón u otro disfuncional perdonavidas disfrutaban viendo cómo los leones devoraban a un cristiano, es decir, un terrorista.
Escenas de tan desiguales combates han debido iluminar su mente escasa de luces para, una vez la fortuna lo colocase donde hay, cimentar su praxis represiva. Porque la manera en que este dictador de nacionalidad incierta ordena castigar a sus adversarios tiene harta semejanza con la crueldad de los tiranos que sepultaron la república romana y transformaron el senado en comparsa de obedientes corifeos.
En efecto, el señor que promete conseguir con las armas lo que es inaccesible con votos, ha convertido las calles en coliseos romanos donde ballenas, murciélagos y rinocerontes arremeten contra jóvenes, mujeres y ancianos para que los legionarios de la guardia nacional bolivariana los rematen a perdigonazos, bombazos y balazos, ¡Ave, Nicolás! ¿O, mejor ¡Heil Hitler!?
A consecuencia de esos ejercicios circenses, los cadáveres suman ya un centenar. No hubo bajas en el numerito del helicóptero que, tras su espectacular vuelo sobre Miraflores, el Ministerio de Relaciones Interiores y el Tribunal Supremo apareció por arte de magia en una playa del Litoral vargüense sin que lo detectaran los radares chinos del aeropuerto de Maiquetía… para deleite de los militares del imperio.
Y, mientras tanto, el ministro del Interior solicitaba a Interpol apresar al piloto del helicóptero. Fue el gran chiste de la semana, pues, a juzgar por lo que circuló en las redes sociales, la policía internacional tiene más interés en detener al general Reverol que al comisario Pérez. Es más, lo invitaron a que acudiera en persona a poner la denuncia.
La adivinadora no presagia nada bueno para maese Nicolás y sus cómicos de la legua (más bien de la lengua). La troupe comienza a desbandarse y el jefe del show terminará al frente de un circo de pulgas, como el que usaban los carteristas para robar a sus potenciales víctimas.
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