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Leo
con atención el más reciente artículo de Don Rodolfo Izaguirre titulado Volver a reír, publicado en el diario El Nacional, en el que expresa – no
exento de sufrimiento – que:” … lo que es reciente en el
país venezolano es la ausencia de risas y alegrías. Tradicionalmente, nos
caracterizábamos por el espíritu alegre y socarrón, un humor a veces grueso y
grotesco, de galería, pero que se ejercía con ingenio; éramos expertos en
ironizar, en hacer del sarcasmo un terrible cuchillo de palo”. Absolutamente
cierto… entonces llegaron ellos y poco a poco, lentamente, con saña y alevosía,
despacito, se dieron a la socialista tarea de mata, de conculca, de asesinar la
idiosincrásica risa y la alegría del venezolano.
El
súbdito bolivariano sufre y se lamenta, llora y se queja, aguanta y lleva la
cruz chavista a cuestas en este calvario socialista del siglo XXI, diestro en
conculcar lo más genuino de la venezolanidad: nuestra capacidad para reírnos de
todo y hacer una guasa de la realidad cotidiana; ahora ese hombre nuevo Hecho en Socialismo esgrima larga cara de carencia y desolación. Como una
burla más del robusto guasón que nos gobierna, añadió a la larga lista de 60
viceministerios y 32 ministerios que componen su Poder Ejecutivo, un nuevo
Viceministerio que tendrá por cometido la Suprema Felicidad Social del Pueblo,
es decir, por decreto y de un plumazo socialista estatizó – como todo lo que
regula y establece-, la felicidad del venezolano.
Como
absurda referencia, recordemos que, en 1972, el rey del pequeño país asiático
de Bután, Jigme Singye Wang Chuck, inventó el concepto de la Felicidad Nacional
Bruta, con el que intentó basar sus políticas económicas en los valores
espirituales del budismo, y sustituyó –sin más- el tradicional índice del
Producto Interno Bruto (PIB). Bután diseñó cuatro pilares para garantizar la
felicidad de sus habitantes: promocionar el desarrollo sostenible, preservar
los valores culturales, conservar la naturaleza y establecer un buen gobierno. No
obstante, el país continúa aquejado de profundos problemas de pobreza, falta de
educación y desempleo, que también caracterizan – y con mucho - a la República
castrista- chavista- madurista de la sufrida Venezuela socialista del siglo
XXI.
Estudió el último dietario – Adiós
a casi todo -, de mi recientemente fallecido amigo Salvador Pániker, quien
certeramente apunta lo siguiente:
“La
felicidad es a la carta. Motivo por el cual hay que señalar el disparate de
quienes proponen introducir la felicidad como un derecho constitucional protegido
por el Estado (vieja idea ya propuesta por Robespierre, que se inspiró en
Rousseau, y que también aparece en la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos). O la felicidad como resultado de la ingeniería social (vieja
utopía comunista). El Estado puede ser de bienestar, nunca de felicidad. Ya
decía Popper que la praxis social no ha de tratar de hacer felices a los hombres
basta con que intente rebajar el sufrimiento. El Estado no puede incidir en la
vida íntima, y la felicidad es, precisamente, la autorrealización de la vida
íntima. En todo caso, no me agrada la
palabra felicidad. La felicidad es un subproducto, no un objetivo”.
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