ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
domingo 4 de septiembre de 2011 12:00 AM
Cat Steven escribió en 1970, una de las baladas más emotivas del pop-lírico, Father and Son (Padre e hijo). Una ficha que mucho se dice, es autobiográfica. La letra, embotellada en una hermosísima melodía, es de un padre que le pide a su hijo, no te vayas. Para convencerle, le dice: "Por ti, todo lo que tienes estará mañana, pero puede que tus sueños ya no". Y agrega: "¿Por qué debes irte y tomar esta decisión ahora?".
Cuántas cosas y reflexiones no pasan por la cabeza, cuando uno va más de 30 horas de carretera (perdón en espléndidas autopistas), cruzando América... Esta larga travesía me hizo recordar los periplos que por tierra hice con mis padres a cada rincón del país donde se montaba una Federación Médica. Nuestros asuetos iban de la mano de las conferencias gremiales de papá, por lo cual tuve la fortuna de conocer Venezuela de banda a banda. La nostalgia que emerge de estos pasajes, es simple: ¡podíamos hacerlo! Largas tertulias atajaban hermosas experiencias y parajes, en maratónicos peregrinajes de Caracas a San Cristóbal, Mérida, Maracaibo o Puerto Ordaz; a Maturín, Margarita o Cumaná... Amén de los avances suicidas (en carro), a tiro de impactar con los inmensos y vetustos chutos de la época; un café y un sándwich de cochino en la Encrucijada, una cachapa en Caucagua, una pizca andina en el páramo o una carne en vara en los llanos, pagaban el precio de esos riesgos. Jamás percibí en mis viejos el temor por tener que partir, porque jamás sentimos la necesidad de hacerlo. Venezuela movía tanta felicidad y esplendidez que nadie concebía irse.
Hoy las familias venezolanas se están desintegrando en violencia y éxodo... Al rompe de oír Padre e hijo, unos de mis morochos preguntó: ¿Papá, me tendré que ir? Quedé segado por la duda y la tristeza... Parafraseando la letra del tema, contesté: Relájate, hijo, tómalo con calma, aún eres joven, y hay tanto que tienes que aprender que aún no tienes que irte, ni tomar esa decisión... Lo dije con el dolor de saber que no es así. La realidad es otra. Nos separa y nos desarraiga. A muchos padres no nos queda más que decirles a nuestros hijos: "lo sé, te tienes que ir... ". Es el sacrificio que pagamos por preservar sus vidas, sus sueños y nuestra calma... Juan -el gemelo- me replicó: ¡Volveré!
Cuántas cosas y reflexiones no pasan por la cabeza, cuando uno va más de 30 horas de carretera (perdón en espléndidas autopistas), cruzando América... Esta larga travesía me hizo recordar los periplos que por tierra hice con mis padres a cada rincón del país donde se montaba una Federación Médica. Nuestros asuetos iban de la mano de las conferencias gremiales de papá, por lo cual tuve la fortuna de conocer Venezuela de banda a banda. La nostalgia que emerge de estos pasajes, es simple: ¡podíamos hacerlo! Largas tertulias atajaban hermosas experiencias y parajes, en maratónicos peregrinajes de Caracas a San Cristóbal, Mérida, Maracaibo o Puerto Ordaz; a Maturín, Margarita o Cumaná... Amén de los avances suicidas (en carro), a tiro de impactar con los inmensos y vetustos chutos de la época; un café y un sándwich de cochino en la Encrucijada, una cachapa en Caucagua, una pizca andina en el páramo o una carne en vara en los llanos, pagaban el precio de esos riesgos. Jamás percibí en mis viejos el temor por tener que partir, porque jamás sentimos la necesidad de hacerlo. Venezuela movía tanta felicidad y esplendidez que nadie concebía irse.
Hoy las familias venezolanas se están desintegrando en violencia y éxodo... Al rompe de oír Padre e hijo, unos de mis morochos preguntó: ¿Papá, me tendré que ir? Quedé segado por la duda y la tristeza... Parafraseando la letra del tema, contesté: Relájate, hijo, tómalo con calma, aún eres joven, y hay tanto que tienes que aprender que aún no tienes que irte, ni tomar esa decisión... Lo dije con el dolor de saber que no es así. La realidad es otra. Nos separa y nos desarraiga. A muchos padres no nos queda más que decirles a nuestros hijos: "lo sé, te tienes que ir... ". Es el sacrificio que pagamos por preservar sus vidas, sus sueños y nuestra calma... Juan -el gemelo- me replicó: ¡Volveré!
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