En: http://www.lapatilla.com/site/2012/05/06/alberto-barrera-tyszka-ex/
Alberto Barrera Tiszka
Esta voltereta política y publicitaria, que se empeña en traspasar al adversario los errores propios, no sólo delata un desespero: también es, por desgracia, otra definición de país
Pasan los días y la imagen no se va, no termina de desvanecerse. Tiene una persistencia tremebunda. Aquí está de nuevo: Aponte Aponte, mirando a cámara, en la entrevista de Miami. Luce acorralado, nervioso, incómodo. Tampoco la iluminación lo ayuda. Trata de ahorrar palabras. Dice y no dice tanto, dice y no dice nada. Todavía no muestra pruebas. A veces sólo ofrece un ajá pastoso, un ujum empujadito, sin demasiado convencimiento. Algo cruje en la pantalla cuando habla de la moral, de la patria, del honor.
Uno lo ve, lo escucha, y uno se pone francamente ontológico, dan ganas de salir a la calle a preguntarles a las nubes ¿qué es un juez? ¿Qué carajo es un sistema de justicia? Mirar y oír a Aponte Aponte en la televisión fue un difícil ejercicio de identidad. Ahí estaba ese venezolano, en la patriótica gimnasia del oportunismo, diciendo que se sentía traicionado; confesando abusos y delitos y, al mismo tiempo, realizando una declaración de principios; reconociendo sus fechorías pero, a la vez, invocando la legalidad y la justicia, tendiendo su solidario corazón a la jueza Afiuni. Ahí estaba, por desgracia, una definición de país.
Cuando comenzaron las reacciones, tuve la sensación de no saber claramente qué era peor: lo que había dicho el prófugo o todas las declaraciones oficiales sobre su huida. De manera inmediata, Aponte Aponte pasó a ser tan sólo un ex. Un ex magistrado.
Un ex miembro del TSJ. Pero, sobre todo, un ex rojo rojito, un ex cachorro de Bolívar, un ex militar cabal, un ex pana, camarada, ese gordito revolucionario a toda prueba. El propio expulsado del reino.
Cada alto funcionario dejó un énfasis particular en el chasquido de esa equis. Su actuación, lo que hizo o no hizo, lo que dijo, lo que sencillamente confesó, nunca fue el tema.
No tuvo importancia. Lo trataron como si fuera un traidor.
Es muy difícil disfrazar ese dolor, esa rabia. Ahí está la clave de todo. Esa es la única verdad que cuenta. ¿La lealtad tiene moral? Lo más sorprendente y asombroso, sin embargo, vino todavía después. El esfuerzo oficial por endosarle su ex a la oposición es algo fuera de serie en la historia del absurdo nacional. Es un exceso sin nombre, un monumento al descaro. Se pasaron de adecos, dejaron pálido lo peor de la cuarta república. Elías Jaua aseguró que todo era parte de “un plan para desestabilizar al país”. Nicolás Maduro dijo que Aponte Aponte era “vocero oficial y máximo representante de la oposición para todas sus marramucias y para tratar de cuestionar nuestra democracia y a hombres y mujeres absolutamente honestos que están al frente de instituciones”. Diosdado Cabello afirmó que la oposición consideraba “héroe” a su ex. Pero nada como el ministro Tareck el Aissami, quien acusó a la oposición de solidarizarse con Aponte Aponte y escupiendo para arriba con singular seguridad soltó la siguiente frase: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Esta voltereta política y publicitaria, que se empeña en traspasar al adversario los errores propios, no sólo delata un desespero: también es, por desgracia, otra definición de país. Nada importa en realidad. Siempre se puede decir otra cosa, cualquier cosa.
Siempre se puede decir lo que sea. La palabra es un bien demasiado maltratado en todos estos años. La palabra ya no tiene consecuencias.
Más allá de todas las suspicacias que genere la DEA, más allá de la cuestionable actitud del Gobierno norteamericano con respecto al tema de las drogas, Aponte Aponte deja demasiadas preguntas abiertas sobre la justicia y el ejercicio del poder en nuestro país. ¿Todas sus decisiones y sus sentencias también ahora pueden ser ex decisiones y ex sentencias? ¿Qué hacemos con lo que hizo, o con lo que al menos dice que hizo? ¿Qué hacemos con lo que afirmó sobre los 200 muchachos colombianos que supuestamente formaban parte de un convoy que venía a asesinar al Presidente, por ejemplo? ¿En qué parte de la memoria nacional ponemos ahora todo ese espectáculo? ¿Qué hacemos con sus decisiones con respecto a los hermanos Guevara, o a los comisarios detenidos por los sucesos de abril, o a los directivos de Pdval? ¿Cómo podemos ponderar su actuación en cada caso? ¿Qué tiene que decir el Gobierno sobre todo esto? ¿Acaso no tiene ninguna opinión? Circula en la web una pequeña foto donde aparece Adán Chávez con Aponte Aponte.
La nota hoy podría reseñarse así: Aquí vemos al heroico gobernador de Barinas, en un ex acto, ex realizado en el ex año 2010, donde ex condecoró al ex magistrado Aponte Aponte.
Menos mal que ya el Gobierno exigió a la Interpol que busque y regrese a ese delincuente, apátrida y traidor, a nuestro ex soberano ex país.
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