RUBÉN DE MAYO| EL UNIVERSAL
jueves 12 de septiembre de 2013 12:00 AM
Hay una virtud sin la cual las otras virtudes no existirían; esa virtud es: "el encanto", como dijera en alguna oportunidad Borges de Oscar Wilde, al cual le sobraba encanto y magnetismo. Y encanto es lo que le falta a la película: Bolívar, el hombre de las dificultades, de Luis Alberto Lamata.
Comencemos por decir que este Bolívar, interpretado por Roque Valero, lo que menos inspira entre las espectadoras de la película es un mal pensamiento, y eso es mucho decir para un Bolívar que se nos presenta como un seductor, como un amante de los encantos femeninos, como lo fue en la vida real.
Pero es que el Bolívar de Lamata no seduce a nadie, aunque vaya de seductor; no tiene ese poder magnético de atracción. Es un Bolívar insípido, descafeinado, anodino, sin encanto.
El Bolívar de Lamata acusa también un feo defecto ya presente en su película Miranda regresa: no hay penetración psicológica del personaje ni mundo interior más allá del objetivo independentista. Por eso en este Bolívar hasta en la intimidad amatoria, al yacer y amancebarse con su amante, está presente la lucha por la independencia. En Miranda regresa también sucedió lo mismo, con un destemplado Jorge Reyes como Miranda, atormentado y obcecado con el solo tema de la independencia, dando gritos aquí y allá, durante toda la película, con seño fruncido y cara de estítico.
Esta falta de penetración psicológica, que habla también de la debilidad del guión, se evidencia, por ejemplo, en acudir a frases muy conocidas del Libertador ("la imprenta es la artillería del pensamiento"; o "no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles..."), dadas en discursos y otros escritos, en el desarrollo de los diálogos, encorsetando y petrificando al personaje en la frase hecha y reconocible.
A esta debilidad en el guión, se le agrega también la poca verosimilitud de los hechos de acción, sobre todo de los lances a espada en los cuales participa Bolívar. No hubo mimo ni esmero en tales escenas; lucieron del todo falsas, lo cual no le da al espectador, acostumbrado al hiperrealismo cinematográfico, la sensación de haberse transportado en el tiempo, haciéndose partícipe del drama de un hombre y su época.
Lamata trata de combatir todas estas carencias, haciendo hablar al Libertador como un hombre de a pie, con todo el castellano, el cual incluye la tan necesaria grosería, exclamación vernácula y obscenidad, lo cual creemos es un acierto; sin embargo, su Bolívar sigue siendo distante, acartonado y hecho de frases hechas, por mucho que se haya insistido en retratarlo en sus escarceos amorosos; que por lo mismo, por ser escarceos, se quedan flotando en la superficie.
Al final de la película creemos que solamente se nos ha mostrado la epidermis y la superficie de un hombre del cual se nos dijo que era nada más y nada menos que "el hombre de las dificultades"; y nos sentimos insatisfechos, con un mal sabor de boca al finalizar la película, agradeciendo, aburridos, que se haya terminado, no sin padecer, capítulo siguiente, de la cadenciosa y armónica voz de Roque Valero cantando, mientras se exhiben los créditos de esta película que nos muestra a un Bolívar sin el encanto de la intimidad, infumable si no se entra a la sala de cine con bastantes cotufas y en buena compañía.
Comencemos por decir que este Bolívar, interpretado por Roque Valero, lo que menos inspira entre las espectadoras de la película es un mal pensamiento, y eso es mucho decir para un Bolívar que se nos presenta como un seductor, como un amante de los encantos femeninos, como lo fue en la vida real.
Pero es que el Bolívar de Lamata no seduce a nadie, aunque vaya de seductor; no tiene ese poder magnético de atracción. Es un Bolívar insípido, descafeinado, anodino, sin encanto.
El Bolívar de Lamata acusa también un feo defecto ya presente en su película Miranda regresa: no hay penetración psicológica del personaje ni mundo interior más allá del objetivo independentista. Por eso en este Bolívar hasta en la intimidad amatoria, al yacer y amancebarse con su amante, está presente la lucha por la independencia. En Miranda regresa también sucedió lo mismo, con un destemplado Jorge Reyes como Miranda, atormentado y obcecado con el solo tema de la independencia, dando gritos aquí y allá, durante toda la película, con seño fruncido y cara de estítico.
Esta falta de penetración psicológica, que habla también de la debilidad del guión, se evidencia, por ejemplo, en acudir a frases muy conocidas del Libertador ("la imprenta es la artillería del pensamiento"; o "no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles..."), dadas en discursos y otros escritos, en el desarrollo de los diálogos, encorsetando y petrificando al personaje en la frase hecha y reconocible.
A esta debilidad en el guión, se le agrega también la poca verosimilitud de los hechos de acción, sobre todo de los lances a espada en los cuales participa Bolívar. No hubo mimo ni esmero en tales escenas; lucieron del todo falsas, lo cual no le da al espectador, acostumbrado al hiperrealismo cinematográfico, la sensación de haberse transportado en el tiempo, haciéndose partícipe del drama de un hombre y su época.
Lamata trata de combatir todas estas carencias, haciendo hablar al Libertador como un hombre de a pie, con todo el castellano, el cual incluye la tan necesaria grosería, exclamación vernácula y obscenidad, lo cual creemos es un acierto; sin embargo, su Bolívar sigue siendo distante, acartonado y hecho de frases hechas, por mucho que se haya insistido en retratarlo en sus escarceos amorosos; que por lo mismo, por ser escarceos, se quedan flotando en la superficie.
Al final de la película creemos que solamente se nos ha mostrado la epidermis y la superficie de un hombre del cual se nos dijo que era nada más y nada menos que "el hombre de las dificultades"; y nos sentimos insatisfechos, con un mal sabor de boca al finalizar la película, agradeciendo, aburridos, que se haya terminado, no sin padecer, capítulo siguiente, de la cadenciosa y armónica voz de Roque Valero cantando, mientras se exhiben los créditos de esta película que nos muestra a un Bolívar sin el encanto de la intimidad, infumable si no se entra a la sala de cine con bastantes cotufas y en buena compañía.
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