LUIS JOSÉ SEMPRUM| EL UNIVERSAL
miércoles 11 de septiembre de 2013 12:00 AM
Hoy amanecí con una sensación ambivalente; por un lado estoy contento y optimista, pero también me embarga la preocupación.
Estoy contento porque es inminente un cambio de gobierno; y esto es evidente debido al fracaso de su gestión en todos los frentes: maxidevaluación de la moneda, inflación galopante, desabastecimiento crónico, crisis eléctrica, inseguridad desbordada, y corrupción generalizada, entre muchos otros males.
Pero a la vez estoy preocupado porque, ante el evidente desplome del régimen, no se está planificando una transición; y al no hacerlo, nos exponemos a una tragedia, el sobrevenir del caos o la debacle nacional.
Supongamos, por ejemplo, que el apagón de la semana pasada hubiese durado unas horas más, que se hubiese prolongado hasta la noche, en medio de la criminalidad desbordada y del malestar social que nos rodea. ¿Habría estallado un conflicto? Nadie puede saberlo, pero no es descabellado suponerlo, porque la pradera está seca y basta una chispa para incendiarla.
Ante tales escenarios me pregunto por qué las instituciones, los factores de poder, e incluso la Fuerza Armada Nacional, no diseñan un mecanismo de transición que permita llevar a cabo un cambio de gobierno pacífico, razonado, e inteligente.
Ya la amenaza no es la incapacidad de Maduro, ni siquiera la guerra civil; sino un "caracazo" de proporciones nacionales y de duración indefinida, ya que no existen planes de contingencia, ni liderazgo para implementarlos.
¿Acaso las instituciones están esperando a que nos convirtamos en un Estado fallido? ¿O a que el caos y la anarquía se apoderen de la nación?
Afortunadamente, las puertas de la transición que tanto necesitamos las abrió el propio Nicolás Maduro, al no presentar su partida de nacimiento, y al tener doble nacionalidad. Maduro nos ha proporcionado una herramienta directa, sencilla y constitucional, para deponerlo en los próximos días, y así buscar un camino para impedir la debacle.
Estoy contento porque es inminente un cambio de gobierno; y esto es evidente debido al fracaso de su gestión en todos los frentes: maxidevaluación de la moneda, inflación galopante, desabastecimiento crónico, crisis eléctrica, inseguridad desbordada, y corrupción generalizada, entre muchos otros males.
Pero a la vez estoy preocupado porque, ante el evidente desplome del régimen, no se está planificando una transición; y al no hacerlo, nos exponemos a una tragedia, el sobrevenir del caos o la debacle nacional.
Supongamos, por ejemplo, que el apagón de la semana pasada hubiese durado unas horas más, que se hubiese prolongado hasta la noche, en medio de la criminalidad desbordada y del malestar social que nos rodea. ¿Habría estallado un conflicto? Nadie puede saberlo, pero no es descabellado suponerlo, porque la pradera está seca y basta una chispa para incendiarla.
Ante tales escenarios me pregunto por qué las instituciones, los factores de poder, e incluso la Fuerza Armada Nacional, no diseñan un mecanismo de transición que permita llevar a cabo un cambio de gobierno pacífico, razonado, e inteligente.
Ya la amenaza no es la incapacidad de Maduro, ni siquiera la guerra civil; sino un "caracazo" de proporciones nacionales y de duración indefinida, ya que no existen planes de contingencia, ni liderazgo para implementarlos.
¿Acaso las instituciones están esperando a que nos convirtamos en un Estado fallido? ¿O a que el caos y la anarquía se apoderen de la nación?
Afortunadamente, las puertas de la transición que tanto necesitamos las abrió el propio Nicolás Maduro, al no presentar su partida de nacimiento, y al tener doble nacionalidad. Maduro nos ha proporcionado una herramienta directa, sencilla y constitucional, para deponerlo en los próximos días, y así buscar un camino para impedir la debacle.
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